Se atribuye a James Dean la frase “vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver”. Jamás estuve de acuerdo con su sentencia, ni tan siquiera cuando, por edad, veinticuatro horas me parecían un periodo de tiempo demasiado largo y vivir era sinónimo de calzarse las botas de siete leguas y pretender llegar muy lejos.
Para las cosas del morir, siempre he preferido ir despacio o, si se prefiere, disfruto tanto viviendo que me he cuidado mucho de exponer mi cuerpo y mi mente a conductas arriesgadas. No me refiero solamente a las drogas (e incluyo el alcohol en este apartado), sino a cualquier actividad temeraria que ponga en riesgo lo más preciado que cada uno tiene: su propia existencia. Y dentro de este cajón englobo a las personas que alimentan la imprudencia, bien sacando partido de ello, o bien asistiendo como meros espectadores.
Me pregunto estos días qué empujó a algunos a colgar en la red el vídeo del último concierto de Amy Winehouse, es decir, el que ofreció en Belgrado el pasado mes de junio. No lo he visto porque no he querido, pero ha sido tan comentado por todo tipo de prensa, que me hago una idea del declive que lució aquel día la cantante ante miles de fans.
También me pregunto si, asistiendo a determinados espectáculos, lo que la gente busca en realidad es toparse con la degradación de quien actúa, con su muerte en directo, con ese cadáver “bonito” que, encima, es mentira, pues la juventud, cuando muere en determinadas circunstancias, lleva muchos años marchitándose.
Y una última pregunta: quienes pagan dos y tres mil euros por una entrada para ver torear a José Tomás, ¿acaso no están apostando a la ruleta rusa del diestro? Su cogida de estos días también está siendo muy cliqueada en Internet y me han dicho que el caché del matador ha subido más todavía.
Hagan juego, suene la caja registradora y disfruten, que estamos locos.