Cada
mañana escucho por la radio la crónica de aquellos que se han marchado de
España, acuciados por el desempleo y la falta de oportunidades, buscando en
otros lugares lo que aquí no les brindan. Yo misma tengo familiares muy
cercanos contribuyendo a que la ciencia progrese… fuera de aquí.
Los
ciudadanos del mundo no deberíamos agobiarnos por eso, dada nuestra propensión
a derribar fronteras y relativizar la visión patriótica de la vida. De hecho,
el mundo es único y toda persona debería poder establecerse donde quisiera,
pues nacemos en un lugar u otro por puro capricho del destino. ¿O acaso a usted
le preguntaron?
Ahora
bien, reconozco que lo natural es que afloren en mucha gente sentimientos de
pertenencia a una sociedad, un colectivo, un país, una región o simplemente un
clan. Por eso comprendo, aunque no comparta, que algunos vean en el patriotismo
una manera de estar en el mundo, el resorte necesario para plasmar sus deseos.
Una
de esas largas y placenteras tardes que la adolescencia me regaló y yo supe
aprovechar con nota, mientras leía las últimas páginas de “El Patriota” (su
autora, Pearl S. Buck, acababa de morir), llegué a conclusión de que mi mundo
era tan particular que pocas cosas me unían al resto de los españoles. Téngase
en cuenta que el dictador aún estaba vivo (le quedaba poco, pero estaba) y
ciertas cosas, ya entonces un tanto añejas, eran sinónimo del espíritu nacional
que jamás tuve. Mi vida tenía más que ver con el Sr. Spock que con la
rojigualda y soñaba viajes a un Israel remoto y sin relación diplomática. Mi
parte más castiza se llamaba Baroja, Unamuno, Garcilaso, Gómez de la Serna… y
lo cierto es que hoy en día sigo prácticamente igual, pues continúan sin
gustarme las direcciones únicas, dado que casi siempre acaban desembocando en
callejones sin salida.
Admiro,
más bien, esos estados que son producto de sus propias diferencias, territorios
en los que conviven países y gentes con distintas lenguas, credos, costumbres y
culturas, cuyo hilio conductor lo constituye simplemente el deseo de sus
habitantes de pertenecer a esa comunidad.
Paseando
por callejas rumanas encontré la pintada que aparece en la foto que ilustra
este post: “honor et patria”. Las patrias merecedoras de nuestra atención y
nuestro orgullo deben asentarse sobre la honorabilidad de todos, empezando por
sus dirigentes. Ahora que la corrupción se extiende como una mancha de aceite,
estoy pensando exiliarme en Vulcano.