Seguramente
que esa costumbre se remonta a antes de los romanos, pero es a ellos a quienes
debemos la conocida frase de “panem et circenses”. Raro es el régimen que no
recurre a ello alguna vez, generalmente para aplacar la contestación pública y
desviar la mirada puesta en los problemas sociales. Pero que lo hagan muchos no
lo legitima, como tampoco blanquea sus fines espurios movilizar a legiones de
ciudadanos para que atoren las calles y coreen idénticos eslóganes, normalmente
de cariz patriotero y un tanto chusco.
En
mi país y muerto en cama el franquismo, algunos creyeron que esta costumbre de
soltar migajas lúdicas a la población se terminaría. Pero cuál no sería la
sorpresa al observar que quienes pusieron en solfa aquellos usos y artimañas
también se han valido de lo mismo cuando pensaron les hacía falta. Todos los
gobiernos surgidos a partir de noviembre de 1975 han emulado en algún momento a
los emperadores romanos y, para más infamia, no han faltado ayuntamientos ni
comunidades autónomas que no hayan hecho lo propio en ciertos momentos, bien
subvencionando (cuando se podía) eventos de todo tipo o inaugurando bobadas
inservibles. Y lo peor de todo es que jamás han faltado medios de comunicación
dispuestos a halagar tales prácticas.
Me
había propuesto no escribir acerca de la candidatura olímpica para 2020 porque,
como carezco en general de entusiasmo por los fastos y de afición deportiva en
particular, llegué a pensar que no era persona idónea para hablar de ello con
un poco de distancia. Ahora bien, tampoco he matado nunca a nadie y, sin
embargo, puedo mantener una conversación más o menos documentada acerca de la
pena de muerte, por ejemplo. Así que,
con todo el respeto hacia quienes disientan, no puedo sino comentar que, una
vez más, han vendido un humo que ha servido para nublar la suciedad de las
calles, la bancarrota de tantas familias y empresas madrileñas, el mercadillo
donde se subastan al mejor postor servicios públicos indispensables, una
corrupción que salpica a las más altas instancias del Estado y, en definitiva, la
falta de interés de sus regidores porque las cosas cambien de verdad y mejore
España.
Por
su parte, el COI, que carece de vocación caritativa y prefiere lo tangible a
las fumarolas, se dio cuenta de que en la chistera de estos ilusionistas no
había paloma y que el bastón no podía trocarse en pañuelos de colores, por más
que lanzaran desde hace meses mensajes como “Madrid se merece estos juegos”,
“somos la candidatura más potente” y simplezas por el estilo. Por eso mismo, me
pregunto a qué flautista contrataron para conducir ayer a centenares de
ciudadanos hasta la Plaza de la Independencia, para aguardar, algunos con los
colores patrios pintados en las mejillas, a que se cumpliera el vaticinio, como si fuera cierto que las
olimpiadas traen prosperidad a quienes no somos deportistas, políticos,
hosteleros, constructores o intermediarios en todo ese circo. Sin embargo, les
cayó un chaparrón que no vino del cielo ni del comité olímpico ni de la
austeridad esgrimida por la alcaldesa, sino del propio papanatismo con que
aquí, en este país, se reacciona ante los proyectos de papel.
Y
como soy aficionada a las metáforas y a los juegos de palabras, me resulta
curioso que los sueños de mis convecinos se desinflaran anoche en esa Plaza de la Independencia. Ojalá sea un
augurio de emancipación respecto de los manejos de tanto ilusionista sin
prestigio.