Visitas

2 de noviembre de 2010

Para que no me olvides

Desde pequeña he frecuentado los cementerios. En mi familia es costumbre llevar flores a los familiares y allegados que se marcharon y, cuando su partida es reciente, no sólo se visita las tumbas en noviembre, sino en fechas clave o significativas para quien se fue (onomásticas, cumpleaños, etc.). Además, nunca lo hacemos desde la tragedia o el patetismo, sino desde la tranquilidad que da el haber aceptado el propio ritmo de la vida. Confieso que, cuando me adentré en el mundo de las constelaciones familiares (la cosa va de psicología, no piensen en nada esotérico), me di cuenta de que en mi vida también cuentan los que no están. En cierta forma, van conmigo.
Cuando iba con mi padre, nos entreteníamos leyendo epitafios y descubriendo cosas curiosas. Me enseñó que muchas lápidas reflejan la personalidad del difunto y la idiosincrasia de toda su familia.
Ayer me impactó una tumba de 1942 en la que escribieron: “Después de la muerte no hay nada”. Me fijé en que ocupaba una buena parcela de tierra yerma, sin una mala hierba que la habitara. Tampoco había flores, ni rastro de que las hubiera habido en décadas. Me pareció estar ante la profecía cumplida y pensé en que a su habitante el tiempo le había dado la razón: no hay nada a su alrededor. Contrastaba con otros panteones que, aunque solitarios, mostraban marcas de musgo y líquenes o, incluso, albergaban hierbajos de varias clases.
Después de esto, quise reconciliarme con la vida viendo el mausoleo de Nicolás Salmerón. En estos tiempos tan proclives a recordar, me gustaría traer a colación que, allá por 1873, fue presidente de la I República Española y que dimitió de su cargo por negarse a ratificar unas penas de muerte (de militares carlistas condenados por rebelión y sedición). Fue valiente al poner sobre el tapete sus ideales abolicionistas y renunciar por ello a la Jefatura del Estado, máxime en una época en que apenas se cuestionaba la legitimidad de la llamada pena capital.
No sé si habrá algo después de la vida terrenal, pero Salmerón ha dejado su ejemplo…. para el que quiera seguirlo, claro.





29 de octubre de 2010

Esclavos modernos

Dice el Diccionario de la RAE (22ª edición) que esclavitud es la “sujeción excesiva por la cual se ve sometida una persona a otra, o a un trabajo u obligación”. Me resulta curioso observar que, una vez abolida oficialmente de nuestro “primer mundo” esa clarísima forma de abuso, el concepto se expande tanto y se difumina de tal modo que raro es quien, en una u otra fase de su vida, no ha sido esclavo.
¿Qué es, si no, trabajar a turnos que cambian cada día, aumentar unilateralmente las jornadas hasta lo patético, rebajar los salarios por el artículo dieciséis y admitir como única contraoferta el abandono del puesto? Todo esto y mucho más está pasando en nuestro querido mundo occidental. En España, sin ir más lejos, lo abanderan organizaciones privadas y corporaciones públicas a las que, en teoría, deberían repugnarles tales actuaciones. Pero está visto que, en vez de provocarles el vómito (por más que intenten proceder dentro de los parámetros de lo políticamente correcto), les inocula la bastarda alegría y maléfica tranquilidad que dan dividendos y prebendas.
Ante esto, ¿volverá el Capitán Trueno? ¿A nadie le importa saber que tenemos un excelente caldo de cultivo para el ascenso de cosas que nunca jamás deberían volver? Por favor, auxilio; la Humanidad peligra.

21 de octubre de 2010

Borrascas y anticiclones

¿Qué fue de aquellos hombres del tiempo que, ante un mapita con isobaras, señalaban con un puntero los lugares donde se preveía lluvia o granizo? Les bastaban cinco minutos para despejarnos cualquier duda sobre los meteoros que nos visitarían en los días siguientes. Eran señores muy respetados, aunque se equivocaran a veces, pero sobre todo eran claros en sus exposiciones e iban al grano.
Últimamente, las previsiones climatológicas tienen espacio propio en las parrillas de muchos canales televisivos. Disponen de una avanzada tecnología y quienes los conducen parecen preparados..., pero son un tostón. Para enterarme de qué temperatura alcanzaremos en Madrid en las próximas horas, o si lloverá en Burgos, debo empaparme (nunca mejor dicho) de los litros por metro cuadrado que han caído en Castuera, Xirivella, Cebreros o Vargas. 
Ya no hablan del anticiclón de las Azores (¿emigraría tras la foto de Bush and the boys?). También echo de menos la marejada del Golfo de Vizcaya y la marejadilla en aguas del Estrecho, pero en su lugar nos relatan si en Baqueira hay nieve en polvo o si la de Cerler es nieve dura. Ahora hablan de "inversiones térmicas", de "masas de aire caliente liberadas a la atmósfera", nos ponen fotos de  amaneceres en las Lagunas de Ruidera y de atardeceres en Écija. Total que, cuando crees que ya se aproximan los dos segundos y medio que dedican a tu ciudad, el soniquete que utilizan es tan raro y hacen tantos aspavientos (ésa es otra) que, al final, no entiendo qué tiempo va a hacer y, además,  yo me aburro.

20 de octubre de 2010

Retoques


Una de las costumbres más extendidas es la de acicalarse. No existe cultura que se libre: desde que el mundo es mundo, con más o menos profusión según épocas, la gente utiliza pinturas, aceites, polvos y cuantos elementos pueda tener a su alcance para verse más favorecida, para contar con la aprobación de los demás e, incluso, para aparentar lo que no se es.
Creo que no se salva nadie, ni jipis, ni clérigos, ni mendigos, estén a favor o en contra del sistema, pues se me antoja que todos ellos utilizan sus ropas para mostrarle al mundo cierta imagen de sí mismos, normalmente la que más les complace a ellos..., o la que quieren vender.
Pero no sólo se adornan las personas, también hermoseamos a nuestras mascotas y los hay que maquillan cuentas, balances, noticias, encuestas... Parece que la realidad a secas no nos satisface y que necesitamos aún la apacible quietud de los cuentos de hadas. Lo malo es cuando alguno se erige en único contador de historias y trata de imponernos su paleta de colores.

¿Por qué?


Vengo observando, a tenor de la prensa, que muchas personas, tras su paso por hospitales y tratamientos psiquiátricos, acaban suicidándose o atacando a quienes conviven con ellas. ¿Acaso no sirven las terapias utilizadas? ¿Será que sus dolencias no tienen cura? Siempre me he resistido a ser pesimista y prefiero pensar que algún día la medicina dará en el centro de la diana también con los enfermos psíquicos. Ahora bien, ¿cuándo será eso?
Tengo una amiga que toma un cóctel de fármacos diarios para contener su extravío. Lleva  así desde los veintitrés años y ya es una mujer adulta. Me parece mucho tiempo para que su vida se reduzca a contar píldoras y caminar al paso que éstas le permiten. Ni ella ni los que sufren como ella han merecido tan bárbaro destino.

NOTA: Rebuscando entre papeles, he dado con un relato que escribí hace veinte años, más o menos. Empezaba  como transcribo a continuación:

“Laura se despertó con un ruido, como un pequeño golpe que lejanamente le avisara de algún evento. Tras dar la luz, tardó unos instantes en poder vislumbrar con claridad lo que había ante ella, ya que la miopía, unida al súbito despertar, desajustaba sus ojos y hacía que las imágenes aparecieran envueltas en un papel de celofán algo manoseado. A decir la verdad, cuando se incorporó y dirigió la vista al frente, no vio ninguna sangre ni fue consciente de lo que pasaba, pero una vez más su intuición le susurró que aquella Maite que ahora se presentaba en el dormitorio luciendo una hierática imagen, extraña y pálida como nunca la había visto antes y que no emitía sonido alguno, acababa de representar la función más importante de su vida, el acto por el que  -injustamente- sería recordada durante los años venideros.
Cuando al cabo de las horas y ya fuera de peligro, en la sala de urgencias de un hospital cercano a su domicilio, pudo empezar a analizar los acontecimientos, se preguntó una y otra vez de dónde demonios salió la cuchilla, porque en la casa de esas dos mujeres se usaban otros métodos para depilarse. Además, no vivía con ellas ningún hombre y, por otra parte, Maite estaba mucho mejor, según los médicos que una semana antes le habían dado de alta tras su breve paso por un sanatorio psiquiátrico, a causa de una crisis depresiva que le dio el tres de abril. Según los facultativos, ni había una causa objetiva ni un peligro real de suicidio y, sin embargo, aquella noche algo le alertó los sentidos, alterando así las previsiones médicas”.

7 de octubre de 2010

Episodios sicilianos IV: Clase de solfeo


Cada uno a lo suyo: las aves a cantar... con partitura

Vocaciones, predestinaciones y otras tendencias


Me he preguntado muchas veces por qué me dedico a lo que me dedico y no acierto a averiguar el motivo. Quienes me conocen opinan que no puede ser de otra forma, dado mi carácter y “concepción romántica” de la existencia (lo entrecomillo porque, cuando me lo dicen, no sé si se trata de un cumplido o de una ironía... y prefiero no preguntar). Recuerdo el hecho que me disipó cualquier duda sobre la elección de carrera universitaria: el asesinato a sangre fría de unos abogados madrileños. Este aciago acontecimiento fue la señal que inclinó la balanza a favor de querer zambullirme en el piélago de los derechos, las libertades, las normas y todo el sursum corda. Cuando perpetraron la matanza, avanzaba a zancadas la década de los setenta. Yo era una cría, pero se vislumbraba en mí mucho de lo que, como persona adulta, he sido luego. Ahora bien, profesionalmente podría haber sido cantante de orquesta o actriz cómica, cosas para las que siempre he tenido vocación, pero se ve que no estaba predestinada. Y hablando de destino, ¿tendrá algo que ver el que haya nacido bajo el signo de Libra (la balanza) y en un día consagrado a la patrona de los presos? ¿Saben lo que significa mi nombre de pila en germanía o argot lumpen? Pues consulten el diccionario.

29 de septiembre de 2010

Ceremonia de iniciación


Madrid, domingo 26 de septiembre.  Residentes del Colegio Mayor Mara buscando por la Puerta del Sol a quien, por un euro, atizara un tartazo (que no tortazo, ¿eh?) al bello rostro de alguna novata. Todas eran chicas y, por lo que vi, no estaban dispuestas a terminar el día sin su ración de dulce.

24 de septiembre de 2010

Episodios sicilianos (III): Hacer alarde

Me contaron hace mucho que en la Italia del Sur está bien visto secar la ropa a la calle, a la vista de todos, porque es sinónimo de limpieza. Vamos, que quien tienda la ropa de manera más discreta será sin duda tachado de marrano y abandonado. Todo aquel que se precie de ser limpio y relimpio sacará por ventanas y balcones, si es preciso ocupando parte de las ajenas, sus camisetas, manteles, almohadones y lo que se tercie, para constancia del hecho y admiración de todos. Reconozco que esto mismo, que valoro como costumbrista y pintoresco de Nápoles para abajo, no me hace tanta gracia cuando lo veo cerca, en mi ciudad concretamente. En este sentido, más de una vez me he regocijado pensando lo oportuno que sería la estampación de algún excremento pajaril en esas ropas tan groseramente exhibidas y tapando fachadas que, como las pobres no pueden hablar, aguantan lo que no está en los libros.
Tendederos aparte, lo de colgar artilugios de muros para afuera debe de ser consustancial al ser humano. En los edificios oficiales hay banderas y, dependiendo de que se trate de un inmueble estatal, autonómico o municipal, las enseñas pueden llegar a ser tres e incluso cuatro (si estamos en campaña europeísta). En el ámbito casero y ante determinados acontecimientos, a mucha gente le da por colocar cosas en sus rejas, barandillas o cristales. Pensemos en los mantones bordados del Corpus, en el distintivo de un equipo de fútbol cuando gana la liga (o la copa, o las dos cosas juntas), en las palmas del Domingo de Ramos e, incluso, en aquel "no a la guerra" que hace unos años se elevó como grito unánime en toda España.
Creo que la finalidad de todo esto es testimoniar una posición, compartir con un universo indefinido de personas aquello que sentimos o nos motiva y, por ende, dejar entrever cómo somos. Considero, además, que exhibimos aquello de lo que nos sentimos orgullosos, lo que no cuestionamos, como las limpias mammas italianas hacen con su ropa. Por eso, cuando vi los balcones de la foto en una plaza de Cefalú, pensé que, aun en el caso de que allí no hubiera un perro real, sería bienvenido.

23 de septiembre de 2010

Familias, sucesos y Arthur Miller

En algunas ocasiones, la tranquilidad familiar se asienta sobre un pacto de silencio. A medida que transcurre el tiempo, dicho acuerdo va moldeando los hechos y los acomoda a unas a las circunstancias que deberían haber sido y sin embargo no fueron, con lo cual termina modificándose la propia historia de esa familia. Todo esto suele ocurrir casi siempre en relación con sucesos graves o lo suficientemente fuertes como para preferir otra lectura, otro desenlace, otro rumbo.
Hay quienes opinan que en todas las familias conviven tabúes, mitos y verdades a medias. A lo mejor, hasta es sano que sea de esa forma y que no todos tengamos derecho a hurgar sin medida los cajones del alma de nuestros mayores. A lo peor, si supiéramos la verdad auténtica podríamos detestar haber nacido con los genes que portamos... Es más, al final, ¿cuál es esa verdadera realidad? Si hacemos caso de Valle-Inclán y damos por sentado que las cosas no son como las vemos, sino como las recordamos, nadie rememora exactamente lo mismo que otra persona respecto a idénticos acontecimientos (hagan la prueba). Es decir, desde su origen, las verdades ya son relativas, pues las pasamos por el tamiz de nuestra subjetividad, cuando no de nuestra ensoñación.
En la obra “Todos eran mis hijos”, de Arthur Miller, la armonía familiar pasa por un estado de cosas fabricado a la propia medida de una madre y un padre al uso. Pero se trata de una paz inestable, acosada desde diversos frentes y en un tris continuo de desequilibrarse. Cuando llega la catarsis, quienes eran felices dejan de serlo; quienes no lo eran, permanecen tristes. Nadie gana nada y todos han perdido algo. ¿Mereció la pena? Siguiendo con el teatro, esta vez de Calderón, “en la vida, nada es verdad y nada es mentira”, exactamente igual que la fotografía que he colocado, pues aparece un bingo denominado Alcalá, cuando se trata de un local de Catania.