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7 de febrero de 2023

Animal es quien tiene alma

 



Los cuernos de los rinocerontes se encogen. Y no es comer pasto en mal estado o por falta de calcio, sino porque la caza desmedida de estos animales desde principios del siglo XX, para hacerse con sus preciados apéndices, conlleva una presión ecológica en la especie, que ya está modificando su cuerpo. Investigadores de la Universidad de Cambridge han informado de este asunto, tras observar que los cuernos de rinoceronte han disminuido en tamaño década tras década desde hace cien años aproximadamente y apuntan que es una manera de evolución forzada que la especie está tomando para protegerse a sí misma. 


Por su parte, los cangrejos ermitaños demuestran unas dotes para la compra inmobiliaria muy superiores a las de algunos humanos. Como tienen que elegir bien la concha que van a habitar, que la puedan transportar todo el rato encima y, a la par, los proteja de corrientes marinas, depredadores, desecaciones si son cangrejos terrestres, etc. no adquieren lo primero que se encuentran o se tiran a una oferta sin más, no. Deben elegir la mejor casa posible, lo que les ha proporcionado unas capacidades cognitivas bastante apreciables. Por ejemplo, cuando estos animales encuentran una caracola interesante, lo primero que hacen es evaluarla con la vista, informándose de qué tipo es, su tamaño y color, que para eso los ermitaños son muy cuidadosos. Si al cangrejo le gusta lo que ve, se aproxima para hacer un mejor análisis. Con las patas explora su posible guarida por todos lados y la mide usando sus pinzas a modo de regla o compás.


Por si esto fuera poco, antes de mudarse a su nuevo hotel, lo limpian bien, dándole a la caracola todas las vueltas que sean necesarias hasta que salga la arena que pueda haber en el interior. Pero no crean que esas vueltas las dan a tontas y a locas, no. La tarea doméstica la desempeñan con metodología punta: si la caracola está boca arriba, las hacen girar en el sentido de las agujas del reloj, pues si las girasen en el otro sentido, la arena se iría al fondo de la espiral.


Como una de las tareas fundamentales de los científicos es ponerlo todo en duda, no hace mucho que decidieron chinchar un poco a estos animales tan simpáticos.  Para ello buscaron conchas cuya helicoide girara en sentido contrario (no hacia la derecha, como casi todas, sino hacia la izquierda). No tuvieron mas remedio que reconocer que los cangrejos ermitaños son inteligentes, porque les daban vueltas

en el sentido contrario a las agujas del reloj, sacando así la arena con éxito. 


Pero ahí no para la cosa, una vez impoluto el cascarón, nuestro cangrejo decide si el cambio merece la pena; es posible que, una vez dentro, no termine de convencerlos y regresen a su anterior domicilio. Y llegado a este punto, los investigadores han descubierto que los ermitaño poseen una buena memoria, pues recuerdan las conchas que ya han habitado o inspeccionado anteriormente, dado que pasan menos tiempo analizándolas en comparación con las nuevas.


Como casi todos saben, la palabra animal procede del latín animal-animalis, es decir, el ser dotado de soplo vital o respiración. Las civilizaciones antiguas (desde la griega a la hitita, pasando por la nipona) asociaban ese hálito vital al alma que dota de movimiento al cuerpo; de ahí que seamos seres animados.


Ser animal es algo que nos caracteriza a las personas, por lo que no comprendo cómo algunos de mis congéneres usan el maravilloso vocablo “animalista” para despreciar a quienes abogamos por los derechos de los animales. 


A principios de los años noventa subscribí una petición al Parlamento Europeo  para que se reconocieran legalmente diversos derechos a los grandes primates, esos primos casi hermanos nuestros. Era la primera vez que ‘algunos utópicos’ (así nos llamaban medios de comunicación de todo el espectro ideológico) hacíamos algo parecido. Gracias a este pequeño paso, poco a poco las legislaciones han ido incorporando normas de defensa de los animales, mayormente centradas en lo que algunos llaman mascotas y así, por ejemplo, en España ya es posible tener en cuenta a los hijos o hermanos de otra especie en caso de ruptura, separación o divorcio. 


Hace poco que hemos celebrado san Antón, como cada año. Es un gozo ver a perros, gatos, loros, tortugas, ovejas, peces, etc. asistir a misa o recibir en la calle una bendición bien merecida, pues los animales no solo hacen compañía, sino que enseñan a vivir.


— Ya tenia yo ganas de venir por aquí. 

Se me aparece a horcajadas en el sillón un señor con pinta de cuadro de Goya, a juzgar por su casaca y sus pantalones. 

— Me llamo Félix de Azara y estoy en su morada por invitación expresa del rey Carlos IV. 

— ¿Carlos IV? Aparte de Sissi y que yo sepa, en mi casa no se ha manifestado ningún espectro de la realeza. Pero la emperatriz de Austria lleva conmigo muchísimos años, desde que nos encontramos en Villaricos comprando tomates y nos tratamos como amigas. 

— El rey no ha venido nunca, pero me ha indicado que tiene usted aquí alojado a un buen número de personalidades y estoy buscando a un tal Darwin. 

— El tal Darwin desayuna y cena de lunes a viernes, porque anda ahora muy atareado midiendo las huevas de los centollos. Algunos domingos expone en el salón sus descubrimientos a otros colegas naturalistas.  

— Perfecto. Me alojaré aquí, pues ardo en deseos de hablar con él. 


Pronto se arremolinaron junto al nuevo huésped otros fantasmitas curiosos, incluidos Benito, mi querido hámster, lo que fue aprovechado por Voltaire para deshacerse elegantemente del acoso al que le somete una Mata-Hari más desbocada que de costumbre.


Mientras llega Darwin, Carolina Coronado obsequia al nuevo con uno de sus poemas, que es la forma indirecta de pedirme que le ofrezca algo de beber o comer a tan apuesto caballero. Pero resulta que don Félix pertenece a una clase de espíritus que se toman muy en serio su naturaleza etérea y se jactan de haber superado los deseos y necesidades mortales. 


Terminados los juegos florales, nos enteramos que este brigadier de la Armada no fue un militar cualquiera, sino que, aprovechando su estancia de veintiún años en Sudamérica, realizó el primer estudio de la flora y de la fauna de lo que hoy lamamos Paraguay y Uruguay. Sus trabajos científicos los publicaría a principios del siglo XIX en Madrid y París. En ellos corrigió las clasificaciones naturalistas del conde de  Buffon y se adelantó en medio siglo a las observaciones que llevaron a Darwin a elaborar su teorías sobre el origen de las especies.


— Quiero por tanto, abrazar a mi colega inglés y ponerme a su disposición para colaborar en cuanto sea menester. No he venido en son de reivindicación, sino de paz. 


Hermosas palabras que me sirven para recordarles a mis afectuosas apariciones que acabamos de celebrar juntos el Día Europeo de la Mediación y agradecerles que se hayan acercado a rendir homenaje al gigante guipuzcoano, que en vida fue cosificado como todavía algunos cosifican a los animales. Sus intervenciones en el cinefórum de conflictos salieron por mi boca. 


Por lo demás, en mi país siguen sin rectificar ni dimitir quienes deberían. Y mientras tanto, no puedo ni llamarles animales, porque no estoy muy segura de que tengan alma. 



NOTAS: 

  • Este artículo forma parte de mi intervención “En paralelo, noticias de estos tiempos y de otros”, dentro del podcast “Te cuento a gotas” grabado el 22 de enero de 2023 y que puede escucharse aquí: https://www.ivoox.com/ermitanos-metaversos-barqueros-no-van-a-audios-mp3_rf_102718715_1.html
  • Fotografía ©️Amparo Quintana. Quinta de la Fuente del Berro. Madrid, 17 de septiembre de 2021. 
  • Música para acompañar: “El hombre puso nombre a los animales”, versión de Javier Krahe, Joaquin Sabina, Alberto Perez y Antonio Sánchez sobre la celebérrima “Man Gave Names to All the Animals”, de Bob Dylan. 

7 de diciembre de 2022

Arquímedes sin teorema

 


Sabida es mi afición por el reino mineral, por aquello que aparentemente no tiene vida, pero en realidad posee todas las coordenadas vitales de cuantos planetas, estrellas y satélites habitan el cielo. Mientras que el vegetal y el animal están sometidos a un plazo, el otro alberga la eternidad, como esas piedras con que los judíos agasajan las tumbas de sus allegados y testimonian, de paso, la fortaleza de su recuerdo.


¿Qué es el paso del tiempo? En mi casa, con los etéreos inquilinos que me visitan, evidentemente nada, una mera convención para pasar el rato contando años, meses o minutos. Esto mismo ocurre en dos islas del Pacífico, las Diomedes, también conocidas como “Isla de Mañana” e “Isla de Ayer”. A solo tres millas de distancia,  entre ambas hay casi un día de diferencia, pues se hallan emplazadas en el Estrecho de Bering, entre Alaska y Siberia, a ambos lados de la línea internacional de cambio de fecha que atraviesa el océano y que marca el límite entre una jornada y la siguiente. En invierno se forma una plataforma de hielo entre ambas y sus habitantes pueden transitar de una a otra, aunque es ilegal, porque se trata de países distintos en continentes diferentes y con relaciones políticas no tan amistosas. ¿Pero quién se resiste a jugar con el tiempo? Caminas una corta distancia y ¡zas! viajas 21 horas adelante o atrás. 


Por eso, cuando hablamos de memoria, debemos precisar muy bien a qué nos referimos, no vaya a ser que algunos recuerdos sean en realidad anticipos del mañana, anuncios del ayer o quimeras del presente. La idea aristotélica de eternidad, es decir, lo que perdura siempre, contradice el nihilismo que se ha apoderado de nuestra época, ese cinismo con que muchos hombres y mujeres dirigentes mienten con descaro y a sabiendas de que la remembranza de los ciudadanos cada vez se debilita más a costa del empacho de redes sociales y periódicos digitales. A propósito de esto, algunos científicos vaticinan que el ser humano será, dentro de cien años, encorvado y con las manos en forma de garra, precisamente por el abuso de teléfonos móviles para cualquier cosa excepto llamar. Desde antiguo sabemos que, en la evolución de nuestra especie, mano y cerebro van unidos, siendo aquella una prolongación de este. Las áreas motoras y sensoriales de la mano ocupan una extensa superficie en la corteza cerebral, siendo capaces nuestros dedos y palmas de hacer muchísimas más cosas que cuando vivíamos en los árboles. Si se retrotraen nuestras extremidades a una garra, ¿estaremos involucionando? Y peor aún, ¿cómo influirá eso en nuestros cerebros? ¿Seremos capaces de analizar y razonar sobre cuestiones y cosas más allá de las pantallas? 


Una revista especializada ha difundido un trabajo según el cual, antes de nuestro universo, antes del Big Bang, existía un antiuniverso. Unos profesores del Instituto de Física Teórica de Canadá proponen que en ese antiuniverso el tiempo corre en dirección opuesta y la antimateria es la que gobierna. Sería como cuando vemos algo reflejado en un espejo: al levantar el brazo derecho, nuestra imagen proyecta su izquierdo. ¿Qué les parecería a ustedes que quedáramos allí un día? Debe de ser mucho más emocionante que el metaverso. 


De lo que no cabe duda es de que la ciencia no es implacable ni exacta o, si no, que se lo digan a la almeja Cymatioa cooki, que se creía extinguida hace 40.000 años y resulta que vive tranquilamente frente a la costa de California. Fue descubierta de manera accidental por un ecólogo marino que buscaba babosas para sus estudios; se dio de frente con la concha de un bivalvo blanco desconocido salvo en su modalidad fósil. Tras los análisis oportunos y múltiples viajes a la localización del hallazgo para verificar si existía una colonia de esos moluscos, se ha concluido que, en efecto, la simpática almeja ha resucitado para la ciencia. El cooki de su nombre se debe a Edna Cook, que fue una famosa coleccionista de conchas y caracolas. 


Otro tipo de universo es el de los dibujos animados, construido por las historias, ilustraciones, movimientos y sonidos que han ideado unos artistas y muchas veces son ejecutados por otras personas. Si decimos Cenicienta, Fantasía o Peter Pan, asociamos esos títulos a un señor llamado Walt Disney, es decir, el padre de esas tres películas míticas. Pero no nacieron por generación espontánea, sino que también tuvieron madre, pues en realidad se deben al genio y creatividad de la dibujante Mary Blair, que llegó a la productora en 1940 y aquello supuso una revolución en cuanto al color y líneas, definiendo un estilo inconfundible. Su forma de trabajar, marcada por un estilo audaz y rompedor en la época, fueron claves para que se hiciera rápidamente un hueco en el estudio. Fue enviada por el presidente Roosevelt a varios países iberoamericanos, donde siguió evolucionado y buscando nuevos caminos como supervisora arte. 


— ¿Sabe usted cuántos granos de arena son necesarios para llenar el Universo? 


Quien me habla así es un Arquímedes perdido, porque no se halla con el plato de ducha que le ofrezco, en lugar de una bañera o tinaja, que en realidad es lo que me pidió para las demostraciones de su teorema más popular. 

— Dígame, no tengo ni idea —  le respondo. 

— Los jóvenes han abandonado la costumbre de pensar por sí mismos y, claro, usted prefiere que yo se lo diga. 

— Creo que me lo explicará de todos modos, señor Arquímedes, pues de lo contrario usted no se habría hecho visible en esta tarde tan lluviosa y desapacible. 

— Cierto. Cuando llueve me dedico a poner a punto mis nuevos artefactos mecánicos, muchos de ellos meras variaciones de otros anteriores. Mire, señorita, el número de granos de arena necesarios es 10 elevado a 63. Lo demostré a base de cálculos geométricos y no fue fácil. 


Y como es un día frío, mientras preparo té suficiente para mis sabios inquilinos, él me explica que lo primero que tuvo que hacer fue inventar cómo denominar el número más grande y llego al 1 seguido por 80.000 billones de ceros. Después, tuvo que calcular el tamaño del Universo y por último, se basó en el volumen de las semillas de amapola para deducir cuántos granos de arena llenarían ese universo más idealizado que real. 


Arquímedes de Siracusa, que llegó a mi casa el mes pasado, ha hecho peña con los cuánticos, a quienes considera casi oráculos y magos. También discute mucho con Descartes, pues sabido es el poco tacto que este último tiene para decir las cosas y anda un poco resabiado haciéndole demostraciones “desde la razón” y la geometría analítica que refutan algunos planteamientos del griego. Ahora bien, su colega del alma es la perrita Laika, que le ha explicado que en la Luna existen un cráter y una cordillera a los que pusieron su nombre, así como un asteroide que anda por ahí orbitando. 


Arquímedes significa “el que se preocupa”. Gracias a gente como él, que se ocupa de antemano de aquellas cosas que nos facilitaran la existencia, el mundo a veces nos resulta maravilloso, a pesar de esas leyes que parecen escritas bajo los efectos de estupefacientes adulterados, de los virus y enfermedades con que abren los telediarios, de algunas amantes reales despechadas que cobran por contar secretos de alcoba y cacerías, de la violencia verbal que recorre el mundo, de las políticas y políticos que deberían esfumarse para siempre y no lo hacen, del negocio de la mentira o del miedo que nos inoculan cada mañana, como si con ello persiguieran que no salgamos de casa, que no nos relacionemos con nadie, que no pensemos sino lo que nos indican las redes y los diarios digitales… en suma, que no seamos personas. 


Quienes nos negamos a esa involución del ser humano y aún apostamos por la vida, estaremos eternamente agradecidos a quienes nos mostraron un camino donde pensar libremente es tocar con las manos ese universo que algunos soñaron lleno de arena, aunque no tengan bañeras con que demostrar teoremas. 



NOTAS: 

  • Este artículo forma parte de mi intervención “En paralelo, noticias de estos tiempos y de otros”, dentro del podcast “Te cuento a gotas” grabado el 6 de diciembre de 2022 y correspondiente a este mismo mes.
  • Fotografía ©️Amparo Quintana. Restos de la maquinaria de un barco que en tiempos sirvió para generar electricidad en la estación de Atocha. La Neomudéjar, Madrid, 7 de mayo de 2022. 
  • Música para acompañar: “What a Wonderful World”, de Bob Thiele y George David Weiss, interpretada por Louis Armstrong.

28 de septiembre de 2022

Mi reina no es de este mundo o cómo avanza el tiempo

 



Sabido es por todos que el tiempo avanza y, aunque a algunas nos encantaría poseer una manivela para detenerlo o hacerlo retroceder a nuestro antojo, lo cierto es que la flecha del tiempo va hacia delante desde que sale del arco universal. A veces me imagino que hay un dios común que suelta una saeta que viaja eternamente y jamás hace diana. Algunos científicos nos han explicado que esto deriva directamente de una de la segunda ley de la termodinámica, es decir aquella que mantiene que las partículas de los sistemas físicos tienden a aumentar su aleatoriedad, pasando del orden al desorden. Y es en este caos donde surge el ansia del tiempo por avanzar, porque cuanto más desordenado se vuelve un sistema, más difícil le resulta encontrar el camino de vuelta a un estado ordenado, como mucha gente en una noche de farra, que a veces no recuerda cómo han llegado a ciertos lugares ni dónde dejó el coche; o yo misma por la calle Preciados en época navideña, que voy caminando en una sola dirección ansiando salir de la muchedumbre. 


Por su parte, otros investigadores acaban de decirnos que, efectivamente, ahora los días son más cortos, el eje de la Tierra ha cambiado ligeramente y nuestro reloj  común va un poco adelantado respecto a la pauta que había hasta este momento.  Lo cierto es que ya lo sospechábamos, por lo poco que nos cunde a veces y lo rápido que pasan las semanas y los años; pero aquellos que necesitan el refrendo científico para todo cuanto les circunda se habrán quedado mucho más tranquilos.


Ahora bien, si pongo las dos noticias en relación, ¿podemos concluir que vivimos acelerados porque hay mucho más caos y tenemos una necesidad imperiosa de salir de allí a toda costa? Parece la maldición de Dios a Caín: “errante y vagabundo serás en la tierra” (Gn. 4, 12).


Hablando de otra cosa, pero que también tiene que ver con el tiempo, no eñe si se han enterado de que la reina Isabel II del Reino Unido e Irlanda del Norte ha fallecido hace unos días. Tras ella también se nos han ido Jean Luc Godard e Irene Papas, nivel internacional, y Javier Marías en la piel de toro. Mis amigos espectrales han hecho una porra para averiguar quién de ellos será el primero en venir a mi casa. Hasta el momento, van empatadas la monarca y la actriz, hasta el punto de que mi buena Sissi volará un día de estos hacia su tocaya para invitarla a tomar el té cualquier tarde. Así que voy a ensayar bien cómo hacer unos ricos emparedados de pepino, para agasajarla convenientemente el día que le dé por venir.


— Ejem, ejem, ejem… — carraspea alguien a mi espalda. Me vuelvo y aparece ante mí Oliver Cromwell. Lo reconozco porque se ha puesto la careta de Richard Harris, cuya interpretación del político inglés me subyugó tanto en la infancia, cuando vi la película, que desde entonces asocio al republicano con el actor; no lo puedo remediar. 

— Cuánto honor, señor Cromwell. Jamás imaginé que acabara usted paseándose por aquí. 

— Mire, entre permanecer como un pasmarote en la esquina del Parlamento y darme una vuelta por el mundo, prefiero esto último. Además, en los últimos días las palomas andan muy revueltas en Londres y me ensucian sin parar. Por favor, si pudiera presentarme a la colonia británica que alberga usted en su casa, se lo agradecería.  


Y le llevo a un rincón donde ahora conversan dos físicos cuánticos con Guillermo de Ochkam y Francis Bacon. Le explico al recién llegado que Hobbes no está porque anda por el Camino de Santiago con Rousseau y María de Molina, lo que no parece hacerle mucha gracia, pues me da la impresión de que en realidad ha venido buscándolo a él. 


— Tenga en cuenta, don Oliverio, que en el estado etéreo en que se encuentran ustedes  yo no puedo retener a nadie. Seguro que regresa pronto.

— ¿Admite usted a gente de la realeza? — me espeta de repente. 

— Yo no prohíbo la entrada a nadie y, de hecho, una de mis mejores amigas fue emperatriz de Austria. Libertaria, pero emperatriz. Y ahora soy fan de la reina Camila, pero esta vive aún, así que no la verá por aquí.  

— La emperatriz es encantadora, amigo. Hasta yo he caído rendido ante ella; lástima que no soy su tipo y no me quiere ni para jugar al ajedrez. Me presento,  me llamo Leon Trostki, pero puedes llamarme Leo, como hacen casi todos.  


Poco a poco, Cromwell se va integrando y abriendo; hasta cuenta chistes sobre pastores protestantes que, salvo Valle Inclán, nadie entiende. Me gusta tenerlo entre mis fantasmas, porque en cierta forma encarna el espíritu contradictorio de la humanidad. Alabado por unos, denostado por otros, disolvió un parlamento que desde el siglo XIX cuenta con su estatua en lugar prominente, frente al busto del rey Carlos I, que fue ejecutado bajo su mandato. Abolió la monarquía y esa misma monarquía lo asume como parte integrante de su propia historia, sin rechistar ni tapar la memoria; sin escandalizarse ni mirar para otro lado, porque quien no asume sus derrotas está abocado a no saber ganar.


A Isabel II le ha sucedido su hijo Carlos, que a priori no cuenta con los mismos piropos dedicados a su madre. La ceremonia de proclamación del nuevo rey tuvo para mí una importancia capital, llena de trascendencia jurídica a través de los símbolos y las fórmulas de aceptación y juramento. El monarca asume un compromiso directo con los ciudadanos, las instituciones y los territorios del Reino Unido. Se trata de un pacto no solo político, sino casi espiritual y es probable que, por eso mismo, hasta  los republicanos británicos sientan la corona como un emblema de su país, la vitola que envuelve su Estado, el bizcocho que esconden las capas de chantilly de una tarta. 


Y sin salir de Inglaterra, pienso en las abejas que habitan los jardines de Buckingham, a quienes el apicultor real (un señor de setenta y nueve años) les ha explicado que su ama ha muerto y que deben producir miel para el nuevo rey, a quien han de respetar. Va de colmena en colmena susurrándoles el nombre del nuevo soberano, para que estén informadas y evitar sorpresas y sustos; para que no hinquen su aguijón en la carne de los nuevos inquilinos del palacio de su pensil.  


Por lo demás, vivimos tiempos de avances y hallazgos porque acaba de descubrirse en Pontevedra un nuevo mineral. Lo han bautizado con el nombre de ermenoíta y se trata de un fosfato de aluminio de color casi blanco cuyas utilidades están aún por desarrollar. También los astrofísicos andan a vueltas con cambios raros en ciertas órbitas de cuerpos celestes, lo que demuestra que nada es tan inamovible y estable como aparece en los tratados y nos dictan las aulas. 


Mientras tanto, una nueva investigación nos avisa de que las ballenas jorobadas del Pacífico Sur están conectadas entre sí a través de una misma canción. Como lo oyen: cetáceos cantantes. En una distancia de más de 14.000 kilómetros, los investigadores han escuchado a las ballenas jorobadas intercambiando los mismos hits parades. Esto es así porque, durante la temporada de reproducción, los machos de esta especie entonan canciones de apareamiento tan complejas como el jazz, a juicio de los observadores. Cada colonia de ellas tiene un coro de vocalizaciones ligeramente diferente, lo que las distingue y caracteriza como a nosotros nos puede definir un acento o un dialecto. Sin embargo, de vez en cuando, una población de jorobadas experimenta una revolución musical y todos los temas que cantan se reemplazan por otros nuevos, aprendidos durante sus viajes migratorios. 


Como vemos, la flecha del tiempo va hacia adelante, tanto en el océano como en tierra firme y en los jardines de Buckingham. Tal vez por eso, en el caos de Windsor ha surgido la reina Camila, la prudente. Vaya para ella, para las abejas reales y para las ballenas cantantes mi más sincera admiración.



NOTAS: 

  • Este artículo forma parte de mi intervención “En paralelo, noticias de estos tiempos y de otros”, dentro del podcast “Te cuento a gotas” grabado el 25 de septiembre de 2022.
  • Fotografía ©️Amparo Quintana. Madrid, 12 de agosto de 2022. 
  • Música para acompañar: “Killer Queen”, de Freddie Mercury, interpretada por Queen. 

2 de julio de 2022

El mal de Voltaire o la resistencia del grafeno

 



Investigadores de la Universidad de Maryland han descubierto recientemente una propiedad inesperada en el grafeno, esa sustancia compuesta de carbono, que es bidimensional y cuyos átomos forman una superficie ligeramente ondulada. Es como una red de agujeros hexagonales, todos ellos ordenaditos y sin roturas, no vayan ustedes a creer que es una red cualquiera. Es además el material más resistente de la naturaleza. Pues bien, ahora resulta que, además de esto, sus extraordinaria propiedades podrían desvelar la existencia de un universo paralelo al nuestro, resolver las dudas sobre la constante cosmológica y explicar cómo se formaron las partículas elementales. 


Este descubrimiento, como muchos de los que se ha sucedido a través de la Historia, ha sido inesperado, apareciendo casi de repente, pero parece que podemos concluir que nuestro mundo, nuestra realidad, nuestro universo es paralelo de otro y ambos interactúan constantemente entre sí. Puedo imaginarme a los científicos lanzando su ¡eureka! y escuchándose ese grito de alegría en el otro mundo, dicho sea esto sin connotaciones mortuorias, sino literales.  


En fin, comprenderán todos que, ante esa noticia, me sentí eufórica y corrí a compartirla con mis inquilinos para explicarles que, en los experimentos sobre las propiedades eléctricas de las láminas de grafeno apiladas, prevalecen unas condiciones energéticas especiales que se repiten siempre, produciendo resultados que se parecen a pequeños universos. Vamos, que a partir de ahora mi casa se llama "Villa Grafeno”. 


La verdad es que mis compañeros de piso, obviamente, no se han sorprendido tanto, porque ellos van y vienen a su antojo de un universo a otro, lo mismo les da que estos sean paralelos o convergentes, están en otro plano y las leyes del tiempo y el espacio no guardan secretos para sus etéreas personalidades.  Pero agradezco que hayan entendido que los humanos nos alegramos cuando los acontecimientos suponen una especie de refrendo a nuestras creencias. Tal es así que Didetot anda documentándose sobre el tema, para llevarlo a la Nueva Enciclopedia, con el permiso de un Voltaire que estos días no ha parado del Museo del Prado al Reina Sofía y de allí al Palacio Real, pasando por La Granja de San Ildefonso e IFEMA.  Se nos ha quedado en los huesos con tanto trajín y, como él dice, «tantos ojos que no ven y tantos oídos que no oyen». Ha resultado que no es tan fuerte como el grafeno que estudia su adorado “Didot”, como familiarmente le llama. 


— ¿A qué se refiere, François-Marie? 

— ¡Ay, madame Quintana! No entiendo por qué se ha reunido toda esa pléyade de mandatarios y acompañantes alejados de la gente. ¡Así cualquiera! Esos sí que han disfrutado de un mundo paralelo artificial y vacacional, decidiendo sobre cuestiones que le afectan a usted y a sus semejantes, pero sin tenerles en cuenta. Lamento decirle, Quintana, que estos de ahora son como los de Troya, como los de siempre; se amparan en el bien común para reforzar su bien particular (y alarga la u, como queriendo subrayar la traición que supone buscar acomodo personal y regalías disfrazadas de vocación y entrega abnegada en la res publica. ¡Qué gente he visto, madame! Unos ‘horgtegas’ de mucho cuidado como dicen por aquí.


Y luego me explica, bastante apesadumbrado, que él acudió a esas reuniones para comprender y tomar nota de un concepto que en sus tiempos no existía: la supranacionalidad.


— Y lo único que me he encontrado, ‘señoga’ mía, es el ansia por gastar más y más en armamento, acentuar lo que ustedes los mortales llaman la política de bloques y que salga el sol por Antequera. 


Como veo que la situación le supera y lo noto entristecido, prefiero no comentarle que se ha vuelto un castizo manejando refranes y dichos. Cualquier día me despierta cantándome el Caballero de Gracia…


Tal fue su experiencia que lleva recluido en el cajón de las toallas intentando reponerse; no habla con sus amigos; rechaza las tisanas que le ofrecen Sissi y Clara Campoamor y de vez en cuando se le oye suspirar y hasta llorar. Nos tiene muy preocupados a todos, porque si se hunde Voltaire, nos vamos pique. Cómo serán estas cosas del mundo etéreo que hasta Rousseau se ha manifestado anoche y,  olvidando las tensiones que ambos mantuvieron en vida, le trajo algunas florecillas silvestres  que dijo haber cogido sin estropear el entorno (ya sabemos que Juan Jacobo es muy mirado para eso de cuidar la naturaleza). 


De vez en cuando me llegan por telepatía los pensamientos del filósofo parisino (lo hace adrede, para conversar de forma muda y ahorrar energía) y sufre por contemplar cómo sin mentir de manera estricta, hay personas que sin embargo engañan. Para él, al fin y al cabo un aristócrata del pensamiento y de las costumbres, no existe perdón para el político que manipula, que siembra cizaña y que juega al ajedrez en tableros ajenos, es decir, en territorios que no son propios. Creo que odia profundamente lo que la OTAN supone y le chirría que hayan mencionado en la cumbre algunas de sus frases más célebres para pervertirlas porque, según Voltaire, no saben qué es la verdadera libertad, ni el derecho de los ciudadanos a pensar, opinar y manifestarse libremente. 


Lo dejo tranquilo, con la esperanza de que se recupere esta semana, pues regresa su querida Raffaella con nuevas coreografías. 


Por otro lado, parte de mis ocupas se han aficionado al fútbol femenino. La causa fue que hace dos meses la constelación de Libra, que anda un poco desubicada buscando su perdido equilibrio natural, me acompañó al teatro, a ver “Ladies Football Club”, una obra dirigida por Sergio Peris Mencheta en la que se recoge la peripecia del primer club de fútbol femenino de la historia, inglés como no podía ser de otra manera. Eran mujeres que, mientras los varones de sus familias fueron reclutados para marchar al frente en la guerra del catorce, entraron a trabajar en una fábrica de armamento, pues había que llevar el pan a casa. Un día, durante el descanso, se pusieron a jugar con el prototipo de una de esas bombas que, aunque destinadas a ejércitos enemigos, podrían despistarse y acabar en la trinchera de alguno de sus hombres. 


De ese juego recreativo pasaron a formar un verdadero equipo y competir con otras féminas y algunos jovencitos que, por edad, podrían ser sus hijos. Se ataviaron con uniformes negros confeccionados por ellas mismas y no tuvieron más remedio que acatar la regla que les imponía salir al campo con un gorro en la cabeza, ocultando el pelo.


A fuerza de cosechar fama y algunos éxitos deportivos, de enfrentarse a la escuadra alemana, provocar que surgiera la afición por los equipos femeninos y subir la moral de los hogares semivacíos, tras el armisticio regresan los maridos, padres, hermanos e hijos a sus respectivos domicilios y a los trabajos que abandonaron por razones patrióticas. Entonces las mujeres vuelven al sitio que tenían adjudicado antes de la I Guerra Mundial, es decir, a las tareas domésticas y al ocio que esos maridos, padres, hermanos e hijos entendían que era el más adecuado para ellas.  


Tanto es así que el fútbol femenino se prohibió en el Reino Unido y no se legalizó hasta los años setenta del siglo veinte. No perdamos, pues, de vista, que ejercer nuestra libertad al final depende de quien decide en qué batalla embarcarnos.


Se repite por ahí con demasiada frecuencia aquella frase de Flavio Vegecio Renato que parece conminarnos a prepararnos para la guerra si deseamos la paz, a mostrarnos fuertes frente al enemigo y que los adversarios no detecten nuestras flaquezas, como si los seres fuéramos débiles o fuertes en correlación al mal que estén dispuestos a provocar. Nadie piensa en el grafeno, cuya solidez y resistencia de sus átomos convive con su aspecto casi transparente, de apariencia frágil.  


Algunas personas son invitadas a visitar museos y comer cerca de esculturas y otras obras de arte, a pasear enseñando sus colas de pavos reales como como si el mundo se hubiera detenido, fotografiando cuadros que no permiten fotografiar al ciudadano medio, mientras al fondo una orquesta de Kiev entona melodías ucranianas. Eso sí, los banquetes son de estrella Michelín. 


Creo que entiendo lo que le sucede a Voltaire y me encerraré con él en el cajón de las toallas, hasta que llegue la Carrà. 



NOTAS: 

  • Este artículo forma parte de mi intervención “En paralelo, noticias de estos tiempos y de otros”, dentro del podcast “Te cuento a gotas” grabado el 2 de julio de 2022 y correspondiente a este mismo mes.
  • Fotografía ©️Amparo Quintana. “Marat Sade”, Naves del Español en Matadero. Madrid, 13 de febrero de 2021.
  • Música para acompañar: “La guerra que vendrá”, de Luis E. Aute. 


7 de abril de 2022

Las magdalenas no van a la guerra

 


No sé si son ustedes nostálgicos y ni siquiera sé si hoy es tiempo de andar con nostalgias, dada la vertiginosa velocidad con que cambia el mundo de un día para otro. Puedo imaginarme a un maestro, una doctora, varios estudiantes o al lechero de cualquier localidad realizando sus rutinas en una mañana fresca de finales de invierno y adentrarse en la primavera siete u ocho días después con la casa derruida, la escuela hecha añicos, su café favorito entre escombros o en la más absoluta soledad por haber perdido a quien lo cuidaba. Me pregunto si esas personas, sabedoras de que son el rompeolas donde azotan las aguas del mal en estado puro, añoran su vida de antes o solo pueden ir sorteando los desperfectos que las bombas, los disparos, los cortes de suministro y docenas de fechorías más van intoxicando sus entrañas a medida que el paisaje cambia y la vida se vuelve para ellas un páramo cuyo horizonte está muy lejos. Tal vez solo les queda vivir al día sin poder plantearse siquiera un ápice de morriña por sus animales, sus fotos, sus trofeos, esos recuerdos que, aunque habiten en algún lóbulo de nuestro cerebro, acaban yéndose cuando el corazón sangra de dolor. 


La última vez que sentí nostalgia fue en el invierno de 1969, echando en falta la familia que éramos pocos meses antes. Recuerdo que a través de mis gafas infantiles buscaba espacios seguros, imágenes afines al tiempo que fue y ya no volvería. Me empeñaba en tararear las felices canciones del verano y en conjurar la tristeza, esa invisible tristeza de los niños, dedicándome con ahínco a las cosas que me hacían sentir mejor, que me permitían conectar con mi mundo. Creo que ahí nació mi fascinación consciente por el cosmos. Desde entonces no he vuelto a tener nostalgia de nada y por eso me imagino que quienes sufren por algo que no han decidido ellos, como son las víctimas de una guerra, de cualquier guerra, en algún momento se deshacen de ese estado de soledad que es la añoranza, para poder tirar hacia adelante, pase lo que pase.  


Sin embargo, lo que sí experimento a menudo es la alegría contenida por un aroma, una melodía o un objeto remoto que aparece cuando menos lo esperas. 


— Eso es mi magdalena, señora mía — me dice un Marcel Proust que emerge de debajo de la mesa, donde permanece en huelga de hambre desde que Putin invadió Ucrania. 

— ¿Qué hace usted espiando lo que escribo?

— Los creadores no espiamos, Quintana; los creadores nos nutrimos de cuanto se extiende a nuestro alrededor para imaginar eso que usted llama “mundos paralelos”.

— No me negará que usted y sus colegas viven en un mundo paralelo al mío…

— ¡Calle, señora, por el amor de Dios! ¿Acaso piensa usted que está tocada de la gracia divina de habitar donde quiera? Su mundo es el mismo que el mío, poblado de sentimientos e ideas, donde los unos embisten a las otras y ganan y pierden alternativamente. 


Como usa un tono alterado, enfadado, cambio de tercio y le pregunto cómo lleva la huelga de hambre… 


— Haciendo honor a mi quinto nombre, podemos decir que la llevo marcialmente, sin aspavientos. Y no será porque sus amigos del siglo XVIII, la mayoría compatriotas míos, me tocan las narices de vez en cuando asando manjares y cociendo bizcochos…


Hablar con Proust es siempre un ejercicio de esgrima en el que él quiere ganar a toda costa. Desde que llegó a mi casa, el negociado de matemáticos anda engatusándolo para llevarlo a su terreno, tratando de aliviar un poco su mal genio. Ayer, sin ir más lejos, le prepararon una conferencia ilustrativa para demostrarle que las magdalenas por él añoradas (y tan frecuentes hoy como metáfora) beben de la mismas leyes que configuran los poliedros flexibles. Tendrían que haber visto a Raoul Bricard sacando de la nada sus octaedros y mostrando cómo algunas de sus caras se cortan entre sí, lo que permite que sean figuras articuladas formadas solo por aristas, que no se deforman, siendo este el principio que une sus poliedros con las esponjosas magdalenas que se mojan en café con leche.  


Esto me lleva a otra noticia de impacto, como es que en la Bienal de Venecia de este año presentará sus obras la primera artista humanoide. Se llama Ai-Da y compone poemas, realiza pinturas, esculturas, concede entrevistas y, además, se inspira en los más altos referentes culturales. Su propio nombre es un homenaje a Ada Lovelace, una matemática considerada la primera programadora de ordenadores, única hija legítima de Lord Byron. 


— Byron no está hoy; se ha enamorado de una camarera que conoció el día del baile en la calle con la señora Carrà — me avisa Kavafis —. ¡¡Pero a mí me interesa saber qué tipo de poesía hace ese artefacto!! Iré a Venecia, iremos todos allá y nos sentaremos a su alrededor — masculla entornando los ojos, como si quisiera ahogar su entusiasmo. 


Le explico a él que en unas declaraciones a la prensa, Ai-Da afirmó no tener sentimientos, pero reconoció la paradoja de que sean estos los que impulsan su arte, aunque sean los sentimientos ajenos.  


Diderot y los suyos escriben sin cesar para su Nueva Enciclopedia y se apuntan a ese viaje a la Bienal. La existencia de la androide les plantea importantes interrogantes filosóficos, como qué caracteriza la creatividad y el lenguaje humano, o si puede un robot crear arte por sí mismo. 


Reconozco que mi casa, esta primavera, está muy animada, sobre todo porque no paran de suceder cosas que pueden cambiar las leyes humanas y hasta las naturales. Así, por ejemplo, se acaba de descubrir una bacteria que puede observarse a simple vista y que ha sido identificada en el Caribe por un equipo internacional de investigadores. Se trata de una auténtica superbacteria de casi un centímetro de longitud, lo que contradice la definición clásica de los microbios, cuando nos decían que solo eran visibles al microscopio. La han bautizado con el nombre de “Thiomargarita magnifica” y su hallazgo, para mí, demuestra que nada hay más inseguro que esa seguridad científica a la que recurren algunos cuando carecen de argumentos sólidos para fundamentar por qué se cierra un hospital homeopático o por qué desaparece la filosofía en la enseñanza secundaria. El mundo nunca fue cartesiano, por más que se empeñara Descartes, y ni siquiera el alma está separada del cuerpo. Ciencias y letras van de la mano, como siempre demostraron los verdaderos sabios, desde el mundo clásico hasta la Ilustración, pasando por el Renacimiento. 


Esta idea global y holística de las cosas entronca, en cierta forma, con el pampsiquismo, una teoría que sostiene que la conciencia no es exclusiva de los seres humanos, pues impregna todo el universo y es un rasgo fundamental de la realidad. En esta corriente se zambulleron Platón, Aristóteles, Giordano Bruno, Spinoza o Leibniz, por citar solo unos cuantos.  


Según el pampsiquismo, la conciencia está en todo el universo y es una característica fundamental del mismo. Pero eso no significa que todo sea ‘consciente', sino que los elementos de construcción esenciales del universo, como pueden ser los quarks y los electrones, tienen formas de experiencia. No es que un plato o un armario sean conscientes, sino que las diminutas partículas elementales de las que están hechos tienen algún tipo de experiencia aunque sea rudimentaria. 


Por eso, en un mundo en que los androides pueden ser artistas y un algoritmo danés ya traduce el significado de los gruñidos de los cerdos, es fácil entender que mis electrones experimenten la misma desolación, repulsa y rechazo que las partículas que conforman una antena de radio en Kiev. 


En 1205, un joven llamado Giovanni di Pietro Bernardone desertaba del ejército al no querer combatir contra las tropas germanas. Camino de la Puglia  para luchar en nombre del Papa, desertó cuando oyó un eco que le empujaba a regresar a su ciudad natal, Asís. 


Con el deseo de que muchas personas escuchen ese eco y cese la guerra a la que son enviadas, mis pensamientos están con quienes sufren los desmanes de unos conflictos que no han ocasionado ellos, estén en un bando u otro.  


NOTAS: 

  • Este artículo forma parte de mi intervención “En paralelo, noticias de estos tiempos y de otros”, dentro del podcast “Te cuento a gotas” grabado el 6 de abril de 2022 y correspondiente a este mismo mes.
  • Fotografía ©️Amparo Quintana. Sdei Trumot, Beit She'an (Israel), 11 de agosto de 2019.
  • Música para acompañar: “Ill follow him”, de Marcel Pourcell y Paul Mauriat. Arreglos: Pedro Vilarroig. Interpretada por la orquesta y coro de “Voces para la Paz”, dirigidos por Félix Redondo. 

11 de febrero de 2022

Raffaella o el optimismo de cada día



El pensamiento optimista es aquel que nos invita a vislumbrar la primavera cuando son las cinco de la mañana y fuera está cayendo una invernal helada. El pensamiento optimista no es aquel que ve el vaso medio lleno, sino el que, sabiendo que falta líquido, se pone a pensar sobre las posibles cosas que pueden hacerse con el agua que queda. El pensamiento optimista es, en definitiva, un pensamiento realista y activo. Por eso cada vez me gustan menos los pesimistas, porque solo se quejan, solo anuncian catástrofes o nos advierten de peligros, pero no actúan (seguramente para que la realidad no estropee sus vaticinios). 


Traigo esto a colación porque la junta escolar del condado de McMinn, en  Tennessee, ha prohibido que los alumnos accedan a la novela gráfica “Maus”, que como casi todo el mundo sabe es una obra que denuncia el genocidio judío y el nazismo de una forma tan magistral que fue premiada con el Premio Pulitzer  en 1992, siendo así el primer cómic que se alzaba con tan preciado galardón. Los integrantes de esa junta rectora ven peligroso que haya viñetas con mujeres desnudas y, sobre todo, porque "les parece” que el ilustrador también ha sido dibujante de la revista Playboy. El 27 de enero se ha celebrado en todo el mundo el Día del Recuerdo del Holocausto y Edith Bruck, superviviente de Auschwitz, tuvo una audiencia con el papa Francisco. Las cámaras recogieron el sentido abrazo de ambos. Al ver la foto que ha salido en prensa y sabiendo que ella fue llevada al campo de concentración cuando era una niña y que sus padres murieron allí, he imaginado a su madre desnuda en alguna de las cámaras de gas que con tanta frecuencia usaron los nazis y doblemente desnuda en las carretillas con que llevaban los cuerpos a los crematorios. ¿Puede alguien atisbar alguna coincidencia con el Playboy en ello?  Supongo que, entre bourbon y bourbon, la junta escolar del condado de McMinn quizá pretende evitar que alguien escriba y dibuje otra novela ilustrada basada en su memoria pasada, la de ese sur en la que algunos blancos vestidos con capirotes sembraron el terror entre los habitantes de piel más oscura. Hablamos de esa triple ka violenta, racista y prima hermana del nazismo. 


Si la publicación de “Maus” me pareció optimista porque su autor, Art Spiegelman, daba a conocer la experiencia de su familia, su prohibición en las aulas me resulta de un pesimismo palpable porque entronca con la censura, con esa idea de que nadie es capaz de pensar por sí mismo. Me recuerda a lo que Michel Ofray expone en sus obras filosóficas, es decir, que nada escapa al dominio de la negatividad y que este factor entronca con el odio hacia uno mismo. Un pesimista, por tanto, no se ama. 


Ese pesimismo también se aprecia hoy con eso que llaman “guerra inminente” entre Rusia y buena parte de Occidente por el deseo de invadir Ucrania. Parece como si el conflicto armado fuera la única salida y así nos lo están contando cada  día, como quien relata el final de la liga de baloncesto, con una naturalidad que  me deja la sangre helada. Los de mi generación, aunque no hayamos vivido las guerras mundiales y la de España del siglo XX, en realidad hemos asistido a demasiadas guerras diseminadas por todos los continentes: Vietnam, Israel, Colombia, Libia, Somalia, Iraq, Congo, Chechenia, Yugoslavia… y podemos afirmar que ninguna ha resuelto nada a nivel global, abriendo heridas que supuran de vez en cuando. La guerra es un fracaso para la especie humana. 


Por contra, el optimismo se ha instalado en mi casa últimamente. Una Raffaella Carrà enfundada en un mono luminiscente se coló la otra tarde, atraída por la lamentable lasaña que estaban cocinando un Wagner hambriento y una Sissi siempre inapetente. ¡Qué bronca les echó! Pero la Carrà, muy suya, chascó los dedos y al momento aparecieron los ingredientes correctos. Yo no daba crédito a cuando veía: cazuelas, sartenes y bandejas de horno volando y trabajando solas, bechamel borboteando sin ninguna mano que la removiese, tomates friéndose mientras las verduras y hierbas se picaban a sí mismas silbando melodías napolitanas. En fin, es lo que tiene habitar otros mundos, que te cambia la perspectiva.


Le pregunté a Raffaella que, aparte de enseñarles a guisar a esos dos, por qué se había presentado de repente y ella, con ese movimiento de cuello tan característico, me dijo que, como el Ayuntamiento de Madrid le ha dedicado una plaza en la calle Fuencarral, estaba aquí para verlo y celebrarlo, aprovechando que anda próximo el 14 de febrero. Dice conocer muy bien el barrio que la homenajea y por él se pasea a todas horas. Uno de sus lugares favoritos es la iglesia de San Antón, por la que se acerca a menudo para ayudar en lo que puede. Siente debilidad por los sordos que acuden a confesarse sirviéndose de una tableta, porque, según me dice, a veces hablan y hablan y se olvidan de escribir en ella sus preocupaciones. Ella les lleva la mano para que no pierdan el hilo y puedan comprenderse entre el sacerdote y ellos. 


La llegada de la italiana ha revolucionado a mis fantasmas hasta tal punto que andan ensayando una coreografía, pierna arriba, brazos al frente, para estrenarla en la plaza el día que ordene la Carrà. Bueno, a todos los fantasmas no, porque doña Emilia Pardo Bazán se ha ido al pazo sin entender nada de nada. Se negó a participar, yo creo que por ciertos celillos al ver a sus compañeros centrados en recoger a la italiana y elevarla por el aire dando piruetas. 


— Vaya cuerpo de baile vas a tener — le digo a una Raffaella radiante. 

— Jamás lo hubiera sospechado cuando habitaba en la Tierra. Ninguna pitonisa me lo aventuró ¡¡y mira que me gustaban todas las mancias!! 


Mientras ellos mueven las caderas y cantan que les explota el corazón, me entero de que en el metaverso, del que he hablado en algunas ocasiones, podemos comprar ropa de lujo para nuestros avatares. Las mejores y más caras marcas a este lado del mundo ya ofrecen sus creaciones para que en la realidad virtual podamos lucir de Gucci, Dior, Chanel o lo que queramos, eso sí, previo desembolso del monedero digital.


Me da la impresión de que los artífices de este metaverso de cartón piedra no son tan creativos ni audaces como ellos creen y que están reproduciendo allí las mismas flaquezas de aquí. Puestos a pedir, yo me pondría las gafas mágicas de la evasión, esas que te dan acceso a la realidad virtual, si pudiera hacer la revolución silenciosa, hablar con los monos, ser astronauta, cantar ópera o graduarme en lenguas semíticas estudiando solo un mes, pero mirar escaparates y probarme los mismos modelos que encuentro en cualquier acera, la verdad es que no solo no me subyuga, sino que me reafirma en la idea que ya he manifestado tantas veces desde aquí: nuestra matrix es consumista, infantil, corta de inteligencia y esclavizadora, capaz de mantener a la humanidad en ese nihilismo pesimista que la deshumaniza. 


Y a propósito, China amenaza con no estrenar en su territorio la última secuela de “Matrix” porque Keanu Reaves ha hablado a favor de la causa tibetana. Exigen que el actor se retracte, cuando para mí lo normal sería que fueran ellos quienes devolvieran el Tíbet a sus gentes y que los monjes regresaran del exilio para ver de nuevo el cielo de su país. 


Parece que el gobierno chino también milita en el pensamiento pesimista. ¡Viva el Tíbet y viva Ucrania!



NOTAS: Este artículo forma parte de mi intervención “En paralelo", dentro del podcast “Te cuento a gotas” grabado el 1 de febrero de 2022, correspondiente a este mismo mes y que puede escucharse aquí https://www.ivoox.com/optimismo-a-ritmo-raffaella-carra-mamas-mamas-audios-mp3_rf_82167090_1.html


Música para acompañar: “El cielo del Tíbet”, de  Mara Elvia Gutierrez Gutierrez, interpretada por  Ana Cirré. 


Fotografía ©️Amparo Quintana. Objetos tibetanos. Madrid, febrero de 2022.

23 de noviembre de 2021

Cuestión de territorio o el espejismo de los mapas

 


Recuerdo que en mi infancia me gustaba mucho dibujar mapas en un papel semitransparente que llamábamos calco, sobre todo mapas físicos, e ir señalando el cauce y desembocaduras de los ríos, los montes más elevados, los desiertos, etc. Usaba pinturas de cera y debo reconocer que el resultado era bastante personal, porque me gustaba marcar los márgenes con varias líneas de colores distintos y luego difuminarlas. Cuando ponía el papel sobre el mapa político del lugar o continente en cuestión, se producía el milagro: veía que una misma cordillera podría abarcar varios países, un mismo río se abastecía de afluentes de diversas nacionalidades y un mismo océano o mar tocaba playas y acantilados en lugares donde sus habitantes hablaban lenguas diferentes. 


De los mapas políticos aprendí el concepto de frontera y, como era una niña exploradora de libros, pronto me di cuenta de que en algunos planisferios que tenía mi abuelo, por ejemplo, había estados que ya no estudiábamos en el colegio o que, de repente, en mis mapas escolares habían surgido puestos fronterizos donde antes era un solo país. 


Esto me llevó a descubrir los atlas históricos, luego los geológicos y así sucesivamente, hasta comprender que las fronteras van y vienen sin atender a razones naturales y que son origen y consecuencia de muchas guerras y desencuentros, pues estar a un lado u otro puede determinar ser ciudadano de primera o de tercera, obtener prebendas o permanecer en el limbo, aunque se beba agua de las mismas cumbres y el suelo tenga los mismos minerales.


Hablando de otra cosa, aunque también guarda relación con esto de los territorios, todos conocemos los pimientos de Padrón, esos que no se sabe si pican o no hasta que te los metes en la boca. Como en las últimas décadas se vienen produciendo pimientos de esa variedad en Almería o Murcia, el municipio coruñés empezó a acuñar el calificativo de “auténticos” para los suyos y así se han  estado vendiendo.  Pero hete aquí que la Oficina de Propiedad Intelectual de la Unión Europea (EUIPO) ha dispuesto que esos pimientos no son de Padrón, sino que se cultivan desde hace siglos en una pedanía llamada Herbón. Por tanto, no pueden incluir el término “auténtico” porque eso puede inducir a error a los consumidores, ya que la denominación de origen protegida es “Pimiento de Herbón”, aunque la variedad de la hortaliza de sea “padrón”. 


Esto me recuerda a lo del coñac y el brandy, el champán y el cava, el queso manchego y el curado, etc., cuestiones todas que, por supuesto, puedo comprender y explicarme desde un punto de vista jurídico, pero que en el fondo no dejan de ser fronteras intangibles, marcas de agua que señalan quién manda. De igual forma, nos quedamos tranquilos si al comprar boquerones nos informa el pescadero de que son del caladero patrio, como si los peces no se movieran de un lado para otro, poniendo huevos que las corrientes marinas llevan a saber dónde. Lo mismo pensamos que viene de Algeciras y resulta que nacieron cerca de Agadir. 


Otra noticia de estos días es la posibilidad de que dos municipios de la provincia de Badajoz, Villanueva de la Serena y Don Benito, se fusionen en uno que sería el tercero más importante de Extremadura. La cuestión se llevará a referéndum, como en su día también votaron los vecinos de La Moraleja para separarse de Alcobendas. La verdad es que me parece mucho más sensato escuchar a los  habitantes acerca de qué futuro quieren para su territorio que adjudicarse partes del mapa por la fuerza, como los conquistadores de antaño y Hitler hace menos de un siglo, o repartirse los países como quien juega al monopoly, tal como hicieron en la Conferencia de Yalta, sin ir más lejos. 


A mi casa llegó la semana pasada María Curie y ha montado un revuelo extraño entre algunos de mis ocupas. Me dicen que yo no puedo verlo, pero que entre las dos  y las tres de la madrugada, cuando la científica atraviesa un muro para salir de paseo, deja un halo entre blanco y azul que algunos de ellos diagnostican como radiactivo. ¡Imagínense a Voltaire y los suyos cuando escucharon esa palabra que no habían oído jamás en su vida terrenal! Ya la tienen anotada en su nueva enciclopedia y andan tras la señora Curie para que les cuente pormenores de sus experimentos. Esto ha provocado que ella trajera ayer una serie de manuscritos e instrumental de los que la Biblioteca Nacional de París guarda en cajas forradas de plomo y que no podremos ver con ojos mortales hasta dentro de mil quinientos años, aproximadamente, porque están contaminados y son altamente peligrosos. 


— Los documentos no tienen tanta importancia — me dice en sueco, idioma que se le pegó por las veces que fue a recoger su premios Nobel— porque ya me he encargado yo, desde que fallecí, de soplarles muchas de las reflexiones y preguntas que quedaron sin responder a otros investigadores que me sucedieron.


Lo de soplar es literal, pues al parecer ella suele comunicarse con sus colegas vivos a través de soplidos en la frente. Una forma como otra cualquiera de que les llegue la inspiración.


Para mí es un placer que Madame Curie esté cerca, porque entre mapa y mapa de los que coloreaba de pequeña, se me iba el ojo hacia su persona y su legado gracias a una película que vi en aquella televisión española en blanco y negro. 


Tengo que decir que la polaca es muy curiosa y, como me abre todos los cajones, ha dado con una fotografía que hice hace muchos años cuando visité su casa en Varsovia, hoy convertida en museo. 


— Ahí estaba yo en ese preciso instante, señora Quintana, como lo estoy ahora mismo; como también estoy en París y en Nagasaki, en Teherán o en el desierto de Nevada. Nuestros átomos vuelan por encima de nuestras capacidades, ya lo descubrirá usted algún día, cuando cruce la frontera del tiempo. 


— ¿Y dónde han llegado sus átomos anoche?, me atrevo a preguntarle.


— A los anillos de Saturno, un lugar que me recuerda que nací polaca bajo el Imperio Ruso, pero viví y morí como francesa. He hablado con su amiga Sissi y tenemos en común que ella apoyó la causa griega y yo la polaca. Ella, una bávara asentada en una corte vienesa que le resultó siempre extraña, y yo, una varsoviana feliz de ser francesa.


A continuación me pregunta de dónde soy yo y, sintiendo una ráfaga sutil de aire en el flequillo, le digo que soy madrileña de Groenlandia, donde las auroras boreales recuerdan a sus habitantes que el reino de Dinamarca, al que políticamente pertenecen, está en otro continente. 


— Mi sueño patriótico se juntó al sueño humanitario de mi marido Pierre Curie y pudimos compaginarlo por encontrar aquello que nos unía, la ciencia y las ansias de hallar soluciones a las neoplasias — comenta mientras me ofrece un poco de sopa que se ha hecho ella misma hace un instante (por cierto, está riquísima). 


Por los demás, el chef del restaurante Davies and Brook, situado en un hotel londinense de mucho porte no seguirá al frente del local, porque la dirección se niega a cambiar su menú, prácticamente carnívoro,  por otro totalmente vegano. Tras su despido, el cocinero estrella Michelín ha manifestado que el futuro está basado en las plantas, esa es su misión y es lo que defiende en su empresa. Me parece que Daniel Humm, que es el nombre de este caballero, también viaja por Groenlandia o los anillos de Saturno buscando pimientos de Padrón. 


NOTAS: Este artículo forma parte de la secci´pn “En paralelo", dentro del podcast “Te cuento a gotas” grabado el 21 de noviembre de 2021 y que puede escucharse aquí: https://go.ivoox.com/rf/79308820

MÚSICA PARA ACOMPAÑAR: “Groenlandia”, de  Bernardo Bonezzi, interpretada por  “Zombies”. 

Fotografía ©️Amparo Quintana. Madrid, 5 de agosto de 2021 (“Barco-flor”, de Younes Rahmoun y Markib Zahra) Esta obra pudo verse en la exposición “Trilogía marroquí, 1950-2020”, del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Representa, con papel y luces led, noventa y nueve barcos que son también noventa y nueve personas meditando. Todas miran hacia el mismo punto central vacío. Por un lado, plasma la migración de África a Europa a través del Mediterráneo y, por otro, hace referencia a la alquibla y la actividad espiritual conjunta para mejorar el mundo.