Finaliza el año y la vida se nos sigue escapando entre
los dedos. Quienes vaticinaron el fin del mundo hace unos días, tendrán que
postergarlo a otro momento, porque por ahora los hados se empeñan en que
sigamos siendo pasto de esta época tan agria.
A mi alrededor se suceden las huelgas y las protestas, la línea
ascendente del desempleo sigue a la deriva, el Estado no hace nada por sus
pobres y, como si se tratara de un servicio público más, los ha transferido a
organizaciones de voluntarios para que alimenten y vistan a quienes hace tiempo
perdieron hasta la esperanza.
Mientras tanto, el monarca nos exhorta a que arrimemos el
hombro, muchos jóvenes emigran a tierras aparentemente más prósperas y otros
jetas ponen su dinero rumbo a paraísos opacos, donde no imperan ni leyes ni
tratados, ni por supuesto la vergüenza.
Un poco más allá, la Antártida sigue derritiéndose como
si fuera un helado de vainilla, quienes usted y yo sabemos la emprenden con los
monumentos de Tombuctú, aflora el hecho de que en la India se suceden las
violaciones de mujeres, alcanzando cifras alarmantes, en Italia hay quien se
ofrece para gobernar sin presentarse a las elecciones y montones de civiles
siguen muriendo en los territorios falsamente liberados de Oriente Medio.
Ante tal panorama y mientras reflexiono sobre lo que nos
deparó el siglo pasado y lo que nos puede deparar la presente centuria, caigo
en la cuenta de que, para seguir en pie, lo mejor es no dejarse tumbar.
Felices fiestas a todos.