Ha llegado a Marte un nuevo artefacto robotizado. La noticia me llena
de alegría, pues soy de naturaleza estratosférica y muy aficionada a la
aventura sideral. Crecí imaginando que en el año 2000 viajaríamos en platillos
volantes a otros mundos y que por esas fechas ya tendría varios amigos de
Ganímedes o de cualquier otro rincón del cosmos. Sin embargo, estamos en 2012 y
seguimos prácticamente igual, cogiendo el autobús, recorriendo autopistas en
vehículos mayoritariamente dependientes del petróleo, pasando el tiempo en las
esperas cada vez más tediosas de los aeropuertos o montándonos en la alta
velocidad, que por estos pagos se llama AVE y va sobre raíles bien pegaditos a
la corteza terrestre. Salvo algún millonario con suerte y, por supuesto, los
astronautas profesionales, casi nadie ha estado en órbita.
Quienes seguimos creyendo que los americanos patearon la Luna en julio
de 1969, ansiamos volver a ver a seres humanos pisando nuevamente el polvo
galáctico y, por qué no, explorando nuevas formas de adaptación a la vida
extraterrícola. Ahora bien, me gustaría que, si ese día llega, quienes
habitamos este planeta hayamos aprendido de nuestros errores y no traslademos a
otros orbes la inmundicia y la degradación que hemos ido acumulando desde que
empezamos a creernos los reyes del universo.
Mientras ese día llega, potenciemos lo que de bueno y mejor hemos sido
capaces de construir y olvidémonos del reality
que algunos tullidos de escrúpulos dicen preparar con las primeras mujeres y
hombres que se decidan a asentarse en el planeta rojo.