He leído en la prensa que un australiano lleva años impidiendo que la gente se suicide. A mí esto me parece una buena noticia, de las que deberían llenarse diarios, tertulias radiofónicas y telediarios. Pues bien, está comprobado que más de ciento sesenta personas continúan vivas gracias a este hombre, que lleva dedicado a dicha actividad más de cincuenta años. Él ahora tiene ochenta y cuatro y ha sido recientemente nombrado Ciudadano del Año en Sidney. Cuando trabajaba lo hacía en el ramo de los seguros (no me nieguen que no resulta curioso, ¿eh?).
Leyendo esa noticia me he acordado de los ángeles berlineses de Wenders, que en ocasiones se acercaban a los suicidas, susurrándoles razones para que desistieran de su atormentado impulso. Pero para librarse de la muerte había que escuchar, no bastaba con oír.
Supongo que algo parecido ocurrirá con Donald Ritchie, quien normalmente se acerca a los supuestos suicidas ofreciéndoles un café y un rato para charlar. Él también reconoce que trata de no inmiscuirse en sus vidas y que intenta salvarlos planteándoles una alternativa, como los guardianes de Berlín. Estoy segura de que aquellos que se han salvado lo han hecho porque lo escucharon y, a la vez, se sintieron escuchados. Y es que escuchar consiste en llegar al corazón.