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11 de febrero de 2022

Raffaella o el optimismo de cada día



El pensamiento optimista es aquel que nos invita a vislumbrar la primavera cuando son las cinco de la mañana y fuera está cayendo una invernal helada. El pensamiento optimista no es aquel que ve el vaso medio lleno, sino el que, sabiendo que falta líquido, se pone a pensar sobre las posibles cosas que pueden hacerse con el agua que queda. El pensamiento optimista es, en definitiva, un pensamiento realista y activo. Por eso cada vez me gustan menos los pesimistas, porque solo se quejan, solo anuncian catástrofes o nos advierten de peligros, pero no actúan (seguramente para que la realidad no estropee sus vaticinios). 


Traigo esto a colación porque la junta escolar del condado de McMinn, en  Tennessee, ha prohibido que los alumnos accedan a la novela gráfica “Maus”, que como casi todo el mundo sabe es una obra que denuncia el genocidio judío y el nazismo de una forma tan magistral que fue premiada con el Premio Pulitzer  en 1992, siendo así el primer cómic que se alzaba con tan preciado galardón. Los integrantes de esa junta rectora ven peligroso que haya viñetas con mujeres desnudas y, sobre todo, porque "les parece” que el ilustrador también ha sido dibujante de la revista Playboy. El 27 de enero se ha celebrado en todo el mundo el Día del Recuerdo del Holocausto y Edith Bruck, superviviente de Auschwitz, tuvo una audiencia con el papa Francisco. Las cámaras recogieron el sentido abrazo de ambos. Al ver la foto que ha salido en prensa y sabiendo que ella fue llevada al campo de concentración cuando era una niña y que sus padres murieron allí, he imaginado a su madre desnuda en alguna de las cámaras de gas que con tanta frecuencia usaron los nazis y doblemente desnuda en las carretillas con que llevaban los cuerpos a los crematorios. ¿Puede alguien atisbar alguna coincidencia con el Playboy en ello?  Supongo que, entre bourbon y bourbon, la junta escolar del condado de McMinn quizá pretende evitar que alguien escriba y dibuje otra novela ilustrada basada en su memoria pasada, la de ese sur en la que algunos blancos vestidos con capirotes sembraron el terror entre los habitantes de piel más oscura. Hablamos de esa triple ka violenta, racista y prima hermana del nazismo. 


Si la publicación de “Maus” me pareció optimista porque su autor, Art Spiegelman, daba a conocer la experiencia de su familia, su prohibición en las aulas me resulta de un pesimismo palpable porque entronca con la censura, con esa idea de que nadie es capaz de pensar por sí mismo. Me recuerda a lo que Michel Ofray expone en sus obras filosóficas, es decir, que nada escapa al dominio de la negatividad y que este factor entronca con el odio hacia uno mismo. Un pesimista, por tanto, no se ama. 


Ese pesimismo también se aprecia hoy con eso que llaman “guerra inminente” entre Rusia y buena parte de Occidente por el deseo de invadir Ucrania. Parece como si el conflicto armado fuera la única salida y así nos lo están contando cada  día, como quien relata el final de la liga de baloncesto, con una naturalidad que  me deja la sangre helada. Los de mi generación, aunque no hayamos vivido las guerras mundiales y la de España del siglo XX, en realidad hemos asistido a demasiadas guerras diseminadas por todos los continentes: Vietnam, Israel, Colombia, Libia, Somalia, Iraq, Congo, Chechenia, Yugoslavia… y podemos afirmar que ninguna ha resuelto nada a nivel global, abriendo heridas que supuran de vez en cuando. La guerra es un fracaso para la especie humana. 


Por contra, el optimismo se ha instalado en mi casa últimamente. Una Raffaella Carrà enfundada en un mono luminiscente se coló la otra tarde, atraída por la lamentable lasaña que estaban cocinando un Wagner hambriento y una Sissi siempre inapetente. ¡Qué bronca les echó! Pero la Carrà, muy suya, chascó los dedos y al momento aparecieron los ingredientes correctos. Yo no daba crédito a cuando veía: cazuelas, sartenes y bandejas de horno volando y trabajando solas, bechamel borboteando sin ninguna mano que la removiese, tomates friéndose mientras las verduras y hierbas se picaban a sí mismas silbando melodías napolitanas. En fin, es lo que tiene habitar otros mundos, que te cambia la perspectiva.


Le pregunté a Raffaella que, aparte de enseñarles a guisar a esos dos, por qué se había presentado de repente y ella, con ese movimiento de cuello tan característico, me dijo que, como el Ayuntamiento de Madrid le ha dedicado una plaza en la calle Fuencarral, estaba aquí para verlo y celebrarlo, aprovechando que anda próximo el 14 de febrero. Dice conocer muy bien el barrio que la homenajea y por él se pasea a todas horas. Uno de sus lugares favoritos es la iglesia de San Antón, por la que se acerca a menudo para ayudar en lo que puede. Siente debilidad por los sordos que acuden a confesarse sirviéndose de una tableta, porque, según me dice, a veces hablan y hablan y se olvidan de escribir en ella sus preocupaciones. Ella les lleva la mano para que no pierdan el hilo y puedan comprenderse entre el sacerdote y ellos. 


La llegada de la italiana ha revolucionado a mis fantasmas hasta tal punto que andan ensayando una coreografía, pierna arriba, brazos al frente, para estrenarla en la plaza el día que ordene la Carrà. Bueno, a todos los fantasmas no, porque doña Emilia Pardo Bazán se ha ido al pazo sin entender nada de nada. Se negó a participar, yo creo que por ciertos celillos al ver a sus compañeros centrados en recoger a la italiana y elevarla por el aire dando piruetas. 


— Vaya cuerpo de baile vas a tener — le digo a una Raffaella radiante. 

— Jamás lo hubiera sospechado cuando habitaba en la Tierra. Ninguna pitonisa me lo aventuró ¡¡y mira que me gustaban todas las mancias!! 


Mientras ellos mueven las caderas y cantan que les explota el corazón, me entero de que en el metaverso, del que he hablado en algunas ocasiones, podemos comprar ropa de lujo para nuestros avatares. Las mejores y más caras marcas a este lado del mundo ya ofrecen sus creaciones para que en la realidad virtual podamos lucir de Gucci, Dior, Chanel o lo que queramos, eso sí, previo desembolso del monedero digital.


Me da la impresión de que los artífices de este metaverso de cartón piedra no son tan creativos ni audaces como ellos creen y que están reproduciendo allí las mismas flaquezas de aquí. Puestos a pedir, yo me pondría las gafas mágicas de la evasión, esas que te dan acceso a la realidad virtual, si pudiera hacer la revolución silenciosa, hablar con los monos, ser astronauta, cantar ópera o graduarme en lenguas semíticas estudiando solo un mes, pero mirar escaparates y probarme los mismos modelos que encuentro en cualquier acera, la verdad es que no solo no me subyuga, sino que me reafirma en la idea que ya he manifestado tantas veces desde aquí: nuestra matrix es consumista, infantil, corta de inteligencia y esclavizadora, capaz de mantener a la humanidad en ese nihilismo pesimista que la deshumaniza. 


Y a propósito, China amenaza con no estrenar en su territorio la última secuela de “Matrix” porque Keanu Reaves ha hablado a favor de la causa tibetana. Exigen que el actor se retracte, cuando para mí lo normal sería que fueran ellos quienes devolvieran el Tíbet a sus gentes y que los monjes regresaran del exilio para ver de nuevo el cielo de su país. 


Parece que el gobierno chino también milita en el pensamiento pesimista. ¡Viva el Tíbet y viva Ucrania!



NOTAS: Este artículo forma parte de mi intervención “En paralelo", dentro del podcast “Te cuento a gotas” grabado el 1 de febrero de 2022, correspondiente a este mismo mes y que puede escucharse aquí https://www.ivoox.com/optimismo-a-ritmo-raffaella-carra-mamas-mamas-audios-mp3_rf_82167090_1.html


Música para acompañar: “El cielo del Tíbet”, de  Mara Elvia Gutierrez Gutierrez, interpretada por  Ana Cirré. 


Fotografía ©️Amparo Quintana. Objetos tibetanos. Madrid, febrero de 2022.