Recuerdo que en mi infancia me gustaba mucho dibujar mapas en un papel semitransparente que llamábamos calco, sobre todo mapas físicos, e ir señalando el cauce y desembocaduras de los ríos, los montes más elevados, los desiertos, etc. Usaba pinturas de cera y debo reconocer que el resultado era bastante personal, porque me gustaba marcar los márgenes con varias líneas de colores distintos y luego difuminarlas. Cuando ponía el papel sobre el mapa político del lugar o continente en cuestión, se producía el milagro: veía que una misma cordillera podría abarcar varios países, un mismo río se abastecía de afluentes de diversas nacionalidades y un mismo océano o mar tocaba playas y acantilados en lugares donde sus habitantes hablaban lenguas diferentes.
De los mapas políticos aprendí el concepto de frontera y, como era una niña exploradora de libros, pronto me di cuenta de que en algunos planisferios que tenía mi abuelo, por ejemplo, había estados que ya no estudiábamos en el colegio o que, de repente, en mis mapas escolares habían surgido puestos fronterizos donde antes era un solo país.
Esto me llevó a descubrir los atlas históricos, luego los geológicos y así sucesivamente, hasta comprender que las fronteras van y vienen sin atender a razones naturales y que son origen y consecuencia de muchas guerras y desencuentros, pues estar a un lado u otro puede determinar ser ciudadano de primera o de tercera, obtener prebendas o permanecer en el limbo, aunque se beba agua de las mismas cumbres y el suelo tenga los mismos minerales.
Hablando de otra cosa, aunque también guarda relación con esto de los territorios, todos conocemos los pimientos de Padrón, esos que no se sabe si pican o no hasta que te los metes en la boca. Como en las últimas décadas se vienen produciendo pimientos de esa variedad en Almería o Murcia, el municipio coruñés empezó a acuñar el calificativo de “auténticos” para los suyos y así se han estado vendiendo. Pero hete aquí que la Oficina de Propiedad Intelectual de la Unión Europea (EUIPO) ha dispuesto que esos pimientos no son de Padrón, sino que se cultivan desde hace siglos en una pedanía llamada Herbón. Por tanto, no pueden incluir el término “auténtico” porque eso puede inducir a error a los consumidores, ya que la denominación de origen protegida es “Pimiento de Herbón”, aunque la variedad de la hortaliza de sea “padrón”.
Esto me recuerda a lo del coñac y el brandy, el champán y el cava, el queso manchego y el curado, etc., cuestiones todas que, por supuesto, puedo comprender y explicarme desde un punto de vista jurídico, pero que en el fondo no dejan de ser fronteras intangibles, marcas de agua que señalan quién manda. De igual forma, nos quedamos tranquilos si al comprar boquerones nos informa el pescadero de que son del caladero patrio, como si los peces no se movieran de un lado para otro, poniendo huevos que las corrientes marinas llevan a saber dónde. Lo mismo pensamos que viene de Algeciras y resulta que nacieron cerca de Agadir.
Otra noticia de estos días es la posibilidad de que dos municipios de la provincia de Badajoz, Villanueva de la Serena y Don Benito, se fusionen en uno que sería el tercero más importante de Extremadura. La cuestión se llevará a referéndum, como en su día también votaron los vecinos de La Moraleja para separarse de Alcobendas. La verdad es que me parece mucho más sensato escuchar a los habitantes acerca de qué futuro quieren para su territorio que adjudicarse partes del mapa por la fuerza, como los conquistadores de antaño y Hitler hace menos de un siglo, o repartirse los países como quien juega al monopoly, tal como hicieron en la Conferencia de Yalta, sin ir más lejos.
A mi casa llegó la semana pasada María Curie y ha montado un revuelo extraño entre algunos de mis ocupas. Me dicen que yo no puedo verlo, pero que entre las dos y las tres de la madrugada, cuando la científica atraviesa un muro para salir de paseo, deja un halo entre blanco y azul que algunos de ellos diagnostican como radiactivo. ¡Imagínense a Voltaire y los suyos cuando escucharon esa palabra que no habían oído jamás en su vida terrenal! Ya la tienen anotada en su nueva enciclopedia y andan tras la señora Curie para que les cuente pormenores de sus experimentos. Esto ha provocado que ella trajera ayer una serie de manuscritos e instrumental de los que la Biblioteca Nacional de París guarda en cajas forradas de plomo y que no podremos ver con ojos mortales hasta dentro de mil quinientos años, aproximadamente, porque están contaminados y son altamente peligrosos.
— Los documentos no tienen tanta importancia — me dice en sueco, idioma que se le pegó por las veces que fue a recoger su premios Nobel— porque ya me he encargado yo, desde que fallecí, de soplarles muchas de las reflexiones y preguntas que quedaron sin responder a otros investigadores que me sucedieron.
Lo de soplar es literal, pues al parecer ella suele comunicarse con sus colegas vivos a través de soplidos en la frente. Una forma como otra cualquiera de que les llegue la inspiración.
Para mí es un placer que Madame Curie esté cerca, porque entre mapa y mapa de los que coloreaba de pequeña, se me iba el ojo hacia su persona y su legado gracias a una película que vi en aquella televisión española en blanco y negro.
Tengo que decir que la polaca es muy curiosa y, como me abre todos los cajones, ha dado con una fotografía que hice hace muchos años cuando visité su casa en Varsovia, hoy convertida en museo.
— Ahí estaba yo en ese preciso instante, señora Quintana, como lo estoy ahora mismo; como también estoy en París y en Nagasaki, en Teherán o en el desierto de Nevada. Nuestros átomos vuelan por encima de nuestras capacidades, ya lo descubrirá usted algún día, cuando cruce la frontera del tiempo.
— ¿Y dónde han llegado sus átomos anoche?, me atrevo a preguntarle.
— A los anillos de Saturno, un lugar que me recuerda que nací polaca bajo el Imperio Ruso, pero viví y morí como francesa. He hablado con su amiga Sissi y tenemos en común que ella apoyó la causa griega y yo la polaca. Ella, una bávara asentada en una corte vienesa que le resultó siempre extraña, y yo, una varsoviana feliz de ser francesa.
A continuación me pregunta de dónde soy yo y, sintiendo una ráfaga sutil de aire en el flequillo, le digo que soy madrileña de Groenlandia, donde las auroras boreales recuerdan a sus habitantes que el reino de Dinamarca, al que políticamente pertenecen, está en otro continente.
— Mi sueño patriótico se juntó al sueño humanitario de mi marido Pierre Curie y pudimos compaginarlo por encontrar aquello que nos unía, la ciencia y las ansias de hallar soluciones a las neoplasias — comenta mientras me ofrece un poco de sopa que se ha hecho ella misma hace un instante (por cierto, está riquísima).
Por los demás, el chef del restaurante Davies and Brook, situado en un hotel londinense de mucho porte no seguirá al frente del local, porque la dirección se niega a cambiar su menú, prácticamente carnívoro, por otro totalmente vegano. Tras su despido, el cocinero estrella Michelín ha manifestado que el futuro está basado en las plantas, esa es su misión y es lo que defiende en su empresa. Me parece que Daniel Humm, que es el nombre de este caballero, también viaja por Groenlandia o los anillos de Saturno buscando pimientos de Padrón.
NOTAS: Este artículo forma parte de la secci´pn “En paralelo", dentro del podcast “Te cuento a gotas” grabado el 21 de noviembre de 2021 y que puede escucharse aquí: https://go.ivoox.com/rf/79308820
MÚSICA PARA ACOMPAÑAR: “Groenlandia”, de Bernardo Bonezzi, interpretada por “Zombies”.
Fotografía ©️Amparo Quintana. Madrid, 5 de agosto de 2021 (“Barco-flor”, de Younes Rahmoun y Markib Zahra) Esta obra pudo verse en la exposición “Trilogía marroquí, 1950-2020”, del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Representa, con papel y luces led, noventa y nueve barcos que son también noventa y nueve personas meditando. Todas miran hacia el mismo punto central vacío. Por un lado, plasma la migración de África a Europa a través del Mediterráneo y, por otro, hace referencia a la alquibla y la actividad espiritual conjunta para mejorar el mundo.