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3 de enero de 2021

Por una lógica cuántica o los silogismos del Universo

 



“Aquí estoy flotando alrededor de mi lata

muy por encima de la luna. 

El planeta Tierra es azul” 

(David Bowie - Space Oddity) 



Cuando hablamos de la Edad del Hierro o del Bronce e, incluso, del Siglo de Oro, nos referimos al hilo conductor que encadena los millones de chispas y partículas que conforman una parte de la Historia, una determinada época. El método científico es dado a definir, etiquetar y clasificar y, como desde hace siglos se intenta aplicar esta metodología prácticamente a todo, resulta que los seres humanos nos sentimos huérfanos cuando nos levantamos un día sin un rótulo que echarnos a la boca. El “yo Jane, tú Tarzán” de aquellas películas interpretadas por Johnny Weissmüller se me antojó siempre el epítome del cartesianismo más ortodoxo, como si todo se redujera a eso, a aplicar la lógica a lo que de por sí no es lógico ni puede serlo. Una relación entre Jane y Tarzán escapa de las leyes de la razón y, sin embargo, nuestros corazones han sabido siempre que dos y dos pueden ser tres si aplicamos otro tipo de pensamiento. De la misma manera que hoy somos capaces de hablar de física cuántica sin que nos llamen ignorantes, abogo desde ya mismo por ser valientes y profundizar en las raíces de otra lógica, la lógica cuántica o lógica a saltos, que viene a ser lo mismo. 


Franco Vazza y Alberto Feletti, de la La Universidad de Verona se han centrado en el estudio comparado de dos de los sistemas más complejos de la naturaleza: la red cósmica de galaxias y la red de células neuronales del cerebro humano y han llegado a la conclusión de que ambas tienen muchas similitudes tanto morfológicas como funcionales. Estos investigadores, astrofísico uno y neurocirujano el otro, han dado con la clave de la Ley de la Correspondencia del Kybalión, es decir, que "como es arriba, es abajo y  como es adentro, es afuera”. 


Leí tan apasionante noticia la misma semana que me topé con otra también preciosa para estos mundos paralelos. Resulta que un equipo de investigación de la Universidad John Moores de Liverpool ha descubierto una galaxia fósil escondida en las profundidades de la Vía Láctea. Parece que podría haber chocado hace 10.000 millones de años, cuando nuestra galaxia aún estaba en su infancia. Los astrónomos la han llamado Heracles, en honor al héroe griego cuya nodriza y madrastra, Hera, derramó su leche formando ese camino de estrellas donde se esconde la Tierra. 


Los astros que originalmente pertenecían a Heracles representan aproximadamente un tercio de la masa que tiene el halo de la Vía Láctea actualmente, lo que significa que esa antigua colisión debió de ser muy grande e importante, por lo que podemos concluir que nuestros orígenes como galaxia han sido muy moviditos. No es de extrañar que tengamos el mundo tan revuelto y nuestras mentes tan agitadas.  


Siguiendo con paralelismos, estos días también hemos tenido al hijo pródigo  cerca, pues un cohete usado en una misión espacial de 1966 se ha acercado a la órbita terrestre. Como los padres del mismo, es decir, la NASA, no esperaban tan inusual visita, durante todo el verano estuvieron temiendo que fuera un asteroide que chocara contra el planeta azul y, a falta de dinosaurios, desapareciera la especie humana. Pero, qué va, genéticamente es terrícola, propaga el aroma de las barras y estrellas que lo parieron y lleva una temporada asomándose al balcón para vislumbrarnos, acercándose y  alejándose el muy vergonzoso. Lo imagino sacando su dedito, señalando hacia Cabo Cañaveral diciendo “mi casa”. Parece que no comporta ninguna amenaza palpable, pero hay un dato que me inquieta, pues ese cohete es el símbolo de la soberbia con que los de nuestra especie contaminamos por tierra, mar y aire. Lanzamos artefactos fuera de órbita y los abandonamos pensando que somos los dueños del Universo, aplicando la lógica academicista de que seguramente se desintegrarán o que acabarán en el jardín del vecino, es decir, en otro astro por ahí perdido, lejos de nosotros. 


Y es aquí donde se cumple del séptimo axioma del Kybalión o ley de la causalidad, porque toda causa tiene su efecto y todo efecto tiene su causa, así que no nos extrañemos si un día vuelven a expulsarnos del Edén por no haber sabido utilizar adecuadamente nuestras facultades y fortalezas, que también las tenemos. 


Al salir del teatro hace unos días, se me pegó a la sisa Alan Turing, a quien le debemos muchas cosas en el mundo de las matemáticas y cuyo artefacto conocido como “máquina de Turing” descifró el llamado código Enigma de los nazis, por lo que, según cuentan los historiadores, la II Guerra Mundial  se acortó en meses o años. 


Parece que, con motivo de la representación de parte de su vida en los Teatros del Canal, se ha paseado entre bambalinas, sentado en el patio de butacas e, incluso, ha gastado bromas a los actores, soplándoles en las orejas o tocándoles el hombro. Y como yo asistí a la función el último día que se representaba, pues no ha tenido mejor ocurrencia que venirse a casa.  Ha fundado el grupo de trabajo “Algoritmos sin fronteras” y, mientras Voltaire y los suyos ponen al día los capítulos de la Enciclopedia, él se afana en producir máquinas de parchís para jugar sin fichas ni dados materiales, solo con la fuerza de nuestros pensamientos, dice. A él se le han unido Freud, André Breton y Magritte, muy interesados los tres en servirse del artefacto para jugar con el inconsciente y alterar las reglas de este pasatiempo tan castizo, aunque de origen indio. 


No niego que alguna trifulca tienen. El último rifirrafe fue a cuenta de los derechos de autor, lo que no alcanzo a entender, porque yo pensaba que en el más allá dejaban de tener importancia cuestiones como esas. Pero veo que no, que igual que en la infancia está el germen de nuestra vida de adultos, la experiencia mortal siembra nuestros genes inmortales. Así que, en mitad de esa discusión, se me acerca Turing y me pide que medie, arbitre o intervenga de alguna forma, porque a él le ha regresado la tartamudez y no puede expresarse adecuadamente. 


— ¿Y qué puedo hacer yo? — le digo, un tanto confundida 

— No tengo experiencia en mujeres, pero creo esos tres respetan mucho a su sexo.

— Hombre, que Freud respete a las de mi sexo está por ver. A él debemos que durante mucho tiempo mis contemporáneos hayan creído que la histeria es propia de mujeres y otras perlas más. 


De todos modos, dejé lo que estaba haciendo y me dirigí al rincón donde “Algoritmos sin fronteras” tiene su base. Les solté una frase de Lacan que no sé cómo me vino a la mente y que dice: “la verdad solo puede ser explicada en términos de ficción”. 


Ellos lo entendieron enseguida y, como la realidad es todo aquello que desconocemos y que no podemos reconocer ni expresar con el lenguaje, siendo nuestra percepción y expresión una ficción elaborada mediante el simbolismo, yo les cuento a ustedes, a través de mis palabras, historias que están fuera del espacio y del tiempo tal como lo conocemos hasta ahora. Sin embargo, la física cuántica nos advierte de que el tiempo y el espacio pueden ser una forma de expresar las cualidades de los objetos, una manera de percibir cuánta información comparten los objetos que forman el Universo. Y ya vemos que nada hay fuera del Todo, pues el universo es mental, según dicta el primer axioma del Kybalión. 


Así que, ahora que todos saben que llevan un universo dentro del cráneo,  que toda causa tiene su efecto y que somos parte del mismo conjunto de estrellas, hagan el favor de cuidar sus pensamientos, pues de ellos dependen su lugar en el espacio y cómo vivan su tiempo. 


Por lo demás, no se pierdan la exposición del ICO sobre la destrucción del bajo Manhattan en los años cincuenta, para construir el barrio donde antaño se alzaron las Torres Gemelas. Otro símbolo que acredita las leyes eternas del Universo. 



NOTA: Este artículo forma parte de mi intervención “En paralelo", dentro del podcast “Te cuento a gotas” que se grabó en noviembre de 2020. 


Música para acompañar: Space Oddity”, David Bowie. 


Fotografía ©️Amparo Quintana. Madrid, 31 de octubre de 2020