A las castañas de Indias se les llama también castañas locas. De pequeña me decían que no me las llevara a la boca, porque podía contraer no sé cuántos males y parece que es verdad, que son muy tóxicas… aunque bellas.
Tengo la costumbre de recoger cada año una o dos castañas de estas, aprovechando cuando caen de los árboles y he sabido que alguna gente las lleva encima como amuleto contra enfermedades. Sin ir más lejos, mi bisabuela tuvo siempre una cerca de sí, metida en una primorosa funda para que no se estropeara el fruto de tanto meterla en bolsillos y bolsos. Porque la abuela de mi madre solo tuvo una castaña, que yo vi y toqué por primera vez a finales de los setenta y que, como como no podía ser de otra manera, pedí permiso para quedármela como recuerdo de quien solo he conocido en foto. Ahí la tengo desde entonces, junto a unas gafas doradas y un tubo art decó de aspirinas, todo de la misma bisabuela.
Me gusta llamar locas a esas castañas, en homenaje a las personas inclasificables que, a menudo, se les tilda de orates por el mero hecho de llevar el paso cambiado y ser impermeables al pensamiento concurrente que quieren inocularnos los políticos y los poderes a los que sirven. Pero, ojo, que muchas veces lo que se nos muestra como algo nuevo, alternativo y avanzado no es más que la monserga de siempre, maquillada para salir a escena.
Vivo en un país en el que, y perdonen si les molesto, los dos últimos presidentes de gobierno descubrieron las siete y media del poder, que no es más que habitar la Moncloa sin gobernar, yendo de un lado para otro fingiendo que hacen y echándole la culpa de su desatino a la población entera, porque para ellos ya no es suficiente que los ciudadanos voten, sino que lo hagan como ellos quieren. Por eso nos castigan repitiendo elecciones (hemos sufrido tres elecciones generales en cuatro años y en noviembre pondrán otra vez las urnas) y, como la madrastra de Blancanieves, nos envenenan con manzanas de apariencia atractiva.
Y lo malo es que toda la clase política está en las mismas, ocupando sus cargos como pasmarotes, sermoneándonos, regañándonos y dejándonos sin la paga de los domingos. Como en el juego de cartas, se han plantado para no pasarse de esas siete y media y, como cantaba Joan Báez, me temo que no los moverán, porque quienes llegaron y llegan para mover a los que estaban o están, se vuelven inmovilistas en cuanto tocan escaño. Como ET con su casa y su teléfono, aquí lo mismo: mi escaño, mi sillón, mi sueldo, mis dietas…
Hace unos días leí que este mes se les pagaba a los partidos políticos las subvenciones derivadas de las elecciones de abril. Ya sé que está en la ley, no soy tan obtusa, pero mi estupor y mi rabia surgen por una razón ética, ya que ninguno merece cobrar dichas subvenciones. Según les dijo san Pablo a los habitantes de Tesalónica en una de sus cartas, “aquel que no trabaje no podrá comer”. Será por eso que, de un tiempo a esta parte, se habla más del turístico Camino Santiago que del apóstol converso.
En mi mundo paralelo, estos días he hablado con Greta Garbo un par de veces, yendo y viniendo en el metro, mientras iba a Móstoles por temas profesionales. En un sueco que incomprensiblemente yo entendía a la perfección, no paraba de recordarme que no es antepasada de otra Greta que ahora sale mucho en la prensa. La Divina me ha enseñado un nuevo vocablo: pedofrastia, que al parecer es la argumentación en la que se utiliza a niños para atacar al oponente. Hay muchas modalidades de pedofrastia, me explica la Garbo, y me advierte de que ella, en su retiro voluntario, se ha dado cuenta de que el veneno siempre llega a nosotros dentro de manzanas hermosas, como hacía la bruja de Blancanieves. La actriz, que tiene mucho más tiempo que yo para investigar en Internet, ha constatado que la mayoría de quienes hoy lloran por la desertización, la escasez de recursos naturales y el cambio climático siguen contaminando comprando ropa producida en condiciones casi de esclavitud, siguen contaminando en despachos herméticos donde el frío y el calor salen continuamente de un aparato eléctrico, siguen contaminando con sus costumbres gastronómicas y siguen contaminando porque tienen vidas de plástico.
Si, como me cuenta Greta, tras muchas marchas, manifestaciones y panfletos se encuentran los intereses económicos de unas pocas entidades, puede que nos tiremos todos a recoger castañas locas, porque hasta ese momento nos habrán dado solo castañas pilongas.
NOTA: Este artículo forma parte de mi intervención “En paralelo, una gota de Amparo Quintana”, dentro del programa radiofónico “Te cuento a gotas” del mes de octubre de 2019 y que puede escucharse aquí: https://www.ivoox.com/manzanas-envenenadas-vidas-pequenas-besos-los-audios-mp3_rf_43037328_1.html
Fotografía ©️A. Quintana. Vicchio (Italia), 8 de agosto de 2017