Hasta hace poco, a quienes les costaba retener datos les gustaba proclamar que la memoria es la inteligencia de los torpes, como si el recuerdo fuera incompatible con la capacidad de entender el mundo y a las personas que lo habitan.
Parece que, afortunadamente, se ha superado este pensamiento tan negativo y, como en tantas otras cosas, nos hemos dejado arrastrar de un extremo a otro, pues en la actualidad tenemos memora y media, queramos o no queramos recordar.
Valle Inclán escribió que “las cosas no son como las vemos, sino como la recordamos”. Podríamos estar horas y horas analizando el concepto que encierra esta frase, pero por hoy me basta para mostrarme disconforme con lo que en nuestro país (y supongo que en otros) están haciendo al amparo de una memoria que cambia vertiginosamente como las aguas del río de Heráclito, que es y no es porque todo es un continuo devenir.
Muchas personas del mundo entero se han pasado siglos luchando contra las memorias oficiales, es decir, aquellas que borraban los acontecimientos que disgustaban al gobernante de turno. El pensamiento único es lo opuesto a la memoria, porque el recuerdo anida en los corazones de los seres, no en decretos ni órdenes ni poses.
Curiosamente, esto lo podemos decir sin apuros cuando se trata de EE. UU., Rusia, Corea del Norte o el mismo Marte, si nos llegaran vestigios de allí. Pero cuidado con hacerlo sobre el aquí y ahora patrio, porque los guardianes de la memoria puede que te acusen de recordar en vano.
Quienes nacimos antes de aquellos “veinticinco años de paz”, sabemos que ocultar los recuerdos a golpe de cincel o pintura no sirve de gran cosa, pues la terquedad de la historia hace que afloren como los pentimentos de un cuadro y, cuando lo hacen, nacen con más fuerza. Porque el problema no es cambiar nombres a calles, abrir tumbas o quitar placas, sino retrotraernos a épocas antiguas y encender nuevas hogueras.
Desde que se anunció, hace un año, que los restos de un dictador muerto en 1975 iban a sacarse del mausoleo donde ha permanecido más de cuarenta años y que casi nadie visitaba, la curiosidad que mató al gato ha herido al gobierno y tenemos ahora un Cuelgamuros lleno de turistas que hacen colas para ver la tumba. Son las paradojas que surgen cuando nos empeñamos en amoldar la memoria al pensamiento político.
Igualmente sucede con los nombres de algunas calles y plazas, reemplazadas por otros protagonistas de la guerra del 36, solo que del bando perdedor y que, por este motivo, provocan el rechazo de muchos ciudadanos que no se identifican con ninguno de los frentes que mantuvieron la lucha. Y es que, como en el verso de Yorgos Seferis, “allí donde la toques, la memoria duele”.
Por otro lado y hablando también del pasado, la última película de Quentin Tarantino nos llevará al año 1969, a unos hechos que conmocionaron a la sociedad americana y también la europea: el brutal asesinato de Sharon Tate a manos de los seguidores de una secta. Muchos de nuestros oyentes lo recordarán o habrán leído crónicas al respecto.
Tratándose de una obra artística, sabemos que el director podrá adornar las imágenes y los diálogos como le parezca más adecuado y beneficie más al resultado de su film. Curiosamente, puede que este recorra mejor el camino de los recuerdos porque, al contrario de los políticos, Quentin sabe que la memoria habita en el alma de las personas y los animales. De ahí que, aún sin haberla visto porque no se ha estrenado en España, mi corazón salta al ritmo de la música de Los Bravos, recordando a aquellos astronautas que llegaron a la Luna unos días antes del macabro suceso que la película relata y a un Juan Carlos de Borbón nombrado sucesor de quien está enterrado en Cuelgamuros.
El resto es historia familiar, como la de ustedes. Que disfruten de su buena memoria.
NOTAS: Este texto sirvió de base al espacio “en Paralelo”, dentro del podcasts “Te cuento a gotas” correspondiente a abril de 2019: https://www.ivoox.com/vidas-memorias-fantasias-audios-mp3_rf_34394024_1.html