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30 de agosto de 2015

Juego limpio



Nos hemos infantilizado tanto que caminamos por la vida creyendo que nada de cuanto hagamos, digamos o callemos va a tener repercusión en quienes nos rodean. Nos asiste una suerte de estado de gracia, que nos hemos otorgado a nosotros mismos, según el cual la culpa es siempre de los demás. Refranes como “no hay palabra mal dicha, sino mal interpretada”, abonarían esta idea de irresponsabilidad absoluta y no digamos novísimas teorías como la de asumir que son las expectativas que cada cual pone en las cosas las que desembocan en la decepción, ofensa o humillación. En este sentido, yo podría emplear continuamente el sarcasmo con alguien y, si se le sienta mal, que se aguante porque soy así y seguramente es ese alguien quien tiene el problema de no aceptarme tal cual. Estén ustedes tranquilos, porque todavía no he perdido el norte y acostumbro a comportarme con las personas como a mí me gustaría que me trataran.
Estoy de acuerdo con que nuestros pensamientos conforman un universo que muchas veces no coincide con la realidad de quienes nos rodean, pero esto no puede servirnos de pauta para establecer y mantener relaciones personales del tipo que sea, incluido el amoroso. Hay reacciones capaces de echar por tierra las experiencias mejores y más positivas, ensombreciendo el ánimo de una persona.
Somos causantes de muchas tristezas a fuerza de empeñarnos en cumplir nuestros caprichos y lo malo de esto es que, cumplido el antojo, casi nunca nos damos por satisfechos. No recuerdo cuándo se puso de moda el egoísmo y se abandonó la costumbre de pensar en los demás. Juguemos limpio, pues no siempre la suciedad se encuentra en la mente ni en la mirada de los demás.



NOTA sobre la fotografía: Estación de servicio en Foggia (autostrada A14), 26-8-2015