Te levantas y haces lo que cada mañana vienes realizando de forma automática. Sales y te dedicas a las tareas que el día te tiene preparadas. Llamadas telefónicas, atender el correo, algún guasap simpático y otro molesto, trabajo, comida, quizá una siesta, más trabajo, un paseo… y de repente te das cuenta de que ya no lloras, no te martirizas, no te cuestionas nada porque ya sabes la respuesta y, aunque esta no te agrade, te has alejado del conflicto que otros mantienen con ellos mismos.
De repente un día eres capaz de tomarte la vida como un helado de
tutti-frutti en el que se amalgaman trocitos de distintas frutas y no rechazas
ninguna, pues la esencia de la golosina es esa, la mezcla.
De repente un día eres capaz de fluir como lo hace un río, hasta
desembocar en el mar y comprender que no eres tan solo una ola, sino el océano
mismo.
De repente un día se disipa la niebla.
NOTA: La fotografía del carro de helados está tomada en Sighisoara y la de la casa, en Brasov.