Cuando
cayó el muro, surgieron hermosas puertas que franqueaban el paso a cuanto
durante años nos pareció exótico y desconocido. Curiosamente, muchos pensaron
que esas aberturas eran de una sola dirección, es decir, una especie de paso franco
para que los habitantes de la parcela occidental pudieran acercase a la Europa
del Este, instalar allí sus negocios, fabricar a más bajo coste y, a la par,
inocularles el virus del consumismo, creando para ello las mismas necesidades
ficticias que asocian el paraíso con un refresco de burbujas, unas joyas o un
coche.
Ahora
que el capitalismo ha entrado en fase crítica, tras la puerta transilvana me he
encontrado rumanos de Pozuelo o La Rioja que, haciendo de la necesidad virtud,
han regresado a sus lugares de origen y, a la entrada de una iglesia o en un
parque, prefieren hablarte de los años de bonanza entre nosotros, saltándose
los muchos episodios de humillación e injusticia que también padecieron.
Charlando
con ellos, pienso en los judíos que todavía guardan la llave de una puerta que
sus ancestros tuvieron en Sefadad y no puedo más que dejar la mía entornada,
para cuando regresen.
NOTA: La fotografia está tomada en Biertan.