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25 de enero de 2013

Seis millones




Las cifras esconden siempre la verdadera dimensión de las cosas. Cuando algo cuesta mucho dinero, optamos por decir que vale “un ojo de la cara” o “un Potosí”, en lugar (o además) de especificar los euros o dólares que  alcanza esa transacción. El interlocutor, a través de un número, se imagina un poco lo que quiere, en esa espiral imaginaria que es el pensamiento abstracto. Si alguien dice que tiene cincuenta años, no es lo mismo que afirmar que casi con toda seguridad ha agotado la mitad de su vida.
Cuando los nazis optaron por tatuar en el antebrazo de sus prisioneros una secuencia numérica, en realidad estaban velando los ojos y la identidad de esas personas. Las arrumbaban a un estrato inferior, con el fin de procurarles la muerte cívica.

Hay seis millones de parados en mi país. Es una cantidad oficial que repiten en radios y televisiones, la refrendan los políticos, la remachan los sindicalistas y la coreamos todos. Parece una malévola oración que, a fuerza de decirla y decirla, pierde su eficacia. ¿Qué son seis millones? El precio de un piso cuando contaban en duros, lo que piden hoy por algún automóvil o alguna de las fianzas que imponen estos días los jueces, en casos de corrupción. Seis millones de personas dan para duplicar la población metropolitana de Roma o París. Supera la cuarta parte de los habitantes totales de España.

Cada cien españoles, veintisiete carecen de empleo. Se dice pronto.