Una de las más
grandes conquistas humanas ha sido la facultad desarrollada durante siglos para
mejorar la herencia de los antepasados y, en consecuencia, dejar un futuro más
prometedor a los descendientes. Esto ha sido así generación tras generación, en
unas épocas más rápidamente que en otras, pero siempre de la misma manera. En
términos generales y sin ahondar mucho, podemos afirmar que el siglo veinte fue
mejor que el quince y que este último adelantó en progreso al nueve o siete. No
me refiero solamente a los avances técnicos, sino a ese conjunto de valores y
principios que hacen que las cosas sean de una determinada manera y que,
respecto a ellas, la sociedad conviene que no hay marcha atrás, porque se trata
de un paso más hacia el ideal común de felicidad y prosperidad.
El Derecho, que
siempre ha ido e irá detrás de los cambios sociales, acaba consagrando las
normas que apuntalan esos principios y, de esta forma, penaliza o promueve las
conductas que respectivamente atentan contra ellos o los desarrollan. Cuando la
facultad legislativa de los países se adelanta a dichos cambios sociales, se
producen desajustes, malestar entre los destinatarios de las leyes y, a menudo,
involución.
Recuerdo que mi
profesor de Hacienda Pública hacía siempre en sus exámenes una pregunta
“creativa”. Entre el sistema de tasas, el valor añadido, las exacciones parafiscales y demás jerigonzas, se
descolgaba con cuestiones de este tenor: “Mencione la persona o el personaje
que más le ha llamado la atención durante sus vacaciones navideñas y explique
las razones”. ¡Y ojo con no responder, porque todas las preguntas se
computaban! Si bien entonces no comprendí su método docente (y creo que mis
compañeros tampoco, aunque nos hacía gracia), ahora daría la mitad de mi hucha
por que su espíritu acompañara a tanto mandatario, tanto ministro de economía,
tanto G-20 y tanto brujo financiero. Porque me parece a mí que se han olvidado
de lo principal: las personas.
Me pregunto, al
hilo de todo esto, si con tanto reajuste y tanta medida draconiana para alargar
la agonía de un sistema que se desmorona, no estarán nuestros próceres
legislando por delante de lo que la sociedad reclama y, por ende, de espaldas a
ella e imponiendo unas pautas en contra de la voluntad del pueblo soberano.
Siendo capaces de hacer repetir elecciones hasta que salga un resultado
partidario de las teorías dominantes, aboliendo alguno de esos hitos históricos
que significaron progreso y bienestar, la involución está servida. Para ir
haciendo boca, les planto a ustedes una fotografía del barrio donde me crié.
Está tomada unos años antes de nacer yo. Pero no desesperen, que con el tiempo
volverán a ver Arturo Soria así. Es cuestión de rebobinar la casete.