Me cuesta mucho escribir sobre la pereza como algo maligno, cuando en ocasiones puede resultar liberador y hasta positivo. Para ser sincera, un poco de inactividad nos viene bien a todos. A menudo hay que parar, tomar aire y dedicarnos a vagar por las estructuras del no-hacer. Para Lafargue esto era revolucionario. Para la mujer y el hombre modernos, puede incluso ser cuestión de salud mental. Para mí, a finales de julio, ni les cuento.
Por eso creo que debemos rechazar el concepto de pereza que nos inculcaron desde la cuna, es decir, la simple holganza de la cigarra, y avanzar un poco más en el concepto, expandiéndolo a esa actitud de total desgana por lo externo o ajeno. Así y a título de ejemplo, tal vez Dante arrojara hoy a los infiernos a estas personas:
- Quienes no se mueven sin recompensa o contraprestación, aquellos que miden todo en términos de interés y les resulta una pérdida de energía y tiempo dedicar su esfuerzo a acciones aparentemente inútiles.
- Quienes optan por no ser flexibles, si esto les descoloca la agenda, sus reglas o sus costumbres.
- Quienes copian las ideas ajenas y las muestran como propias.
- Quienes no contestan llamadas, mensajes o correos.
- Quienes hablan entre dientes.
- Quienes dan floja la mano.
- Quienes tienen prejuicios y lo dan todo por supuesto, con tal de no escuchar.
- Quienes ya no aprenden.
Podemos ser cigarras, pero jamás seres anodinos incapaces de movilizarse por nada ni por nadie, incapaces de amar.
NOTA: A propósito de la explotación por el trabajo, tal vez pueda interesarles lo que el año pasado escribí en este mismo blog, pinchando aquí