
Aquí no ha pasado nada. Tonta de mí, no me fié de cuando esa misma persona, hasta hace unos días, proclamaba a los cuatro vientos que aquí no iba a ocurrir lo de Grecia y que no se iban a adoptar los mismos recortes.... ¡Ay, qué cabeza la mía y qué mal talante tengo! Mira que desear el regreso de todas las tropas que España ha diseminado por el orbe, en guerras y ocupaciones que ni nos van ni nos vienen, si seguro que con eso no se ahorra nada. Mira que pedir, a estas alturas, la intervención de los grandes capitales (algunos protegidos por esas s.i.c.a.v. tan modernas y avanzadas) ¿Dónde voy yo aspirando a que desaparezcan esos altos cargos y gastos caprichosos, que se multiplican hasta por tres entre las diversas Administraciones de nuestro país? ¡Menos mal que ya me he enterado bien de todo! Lo que ha sucedido es que, al final de la tragedia, alguna deidad ha bajado en su grúa y, entre versos de dramático lirismo, el héroe ha reconocido su error. Esa misma deidad ha convertido al superhombre en remedio contra el mal (para los griegos clásicos, pharmakon) y, habiendo aprendido la enseñanza moral que le transmite la divinidad, nos la muestra a la plebe: ¡Pueblo, la Unión Europea y Obama (perdón, los dioses) me han hablado y yo os digo....!
Y llegado este punto, a mí sí me gustaría ser como Grecia, porque sus maestros, policías, carteros, conductores, pensionistas, etc. se rebelaron contra dioses tan falsos como las monedas que nos unen, incluso sabiendo que todas las tragedias acaban como acaban.