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6 de abril de 2010

Mirar con los ojos y ver con el recuerdo


A medida que crecemos, vamos olvidando muchas de las cosas que hemos contemplado de pequeños. Otras, sin embargo, quedan fijas en la memoria, si bien no siempre con una objetiviad clara y fidedigna, sino "adaptadas" a nuestro recuerdo. Hasta tal punto esto es así, que nos cuesta admitir una versión diferente, por más que en el fondo seamos conscientes de que nuestra visión puede estar trastocada. Así, el doctor que nos examinaba por rayos no era solo alto, sino casi un gigante, y al collar de perlas de la abuela nos empeñamos en adjudicarle un color azul cielo.

Los recuerdos nos pertenecen más que ninguna otra cosa y de la misma forma que algunos periodistas no pemiten que la realidad les arruine una noticia, preferimos la magia de lo invocado, aunque no concuerde con hechos, datos o fechas comprobables.
Pasados unos años, ¿cómo recordarán los niños de las fotografías lo que veían agarrados a sus mayores? Por ahora yo puedo decir que era Jueves Santo de 2010, pasadas las siete de la tarde. Una multitud de personas se agolpaba alrededor de las iglesias para presenciar la salida de sus procesiones favoritas. Hasta aquí, datos contrastados; me pregunto si coincidirán con lo que esos niños, cuando crezcan, cuenten que vieron.